Pocos días atrás se declaraba el cierre de colegios en Madrid, y los argentinos que vivimos en Catalunya, soy platense y resido en Gerona, sabíamos que la medida pronto nos alcanzaría. Hoy al ir a un supermercado aquel pánico que se creía contenido parecía haberse hecho patente. Era como si se viniera el Apocalípsis. A media mañana ya no había fruta ni carne y la gente pillaba lo primero que veía.

 Hablo de un miedo, el del Coronavirus, que no es nuevo, ya que muchas familias como la mía, y de muchos otros argentinos (o no) de la región, se aprovisionaba de alimentos desde días atrás, tras escuchar las noticias. Hoy han cerrado los colegios en Catalunya y las calles parecen vacías. Toda la programación cultural, anulada. La famosa Liga, suspendida. Los chinos, que jamás cierran sus comercios, han bajado las persianas. Los hospitales llevan días que no dan abasto. Mi mujer que es médico está en casa en cuarentena. Y dicen que lo gordo aún está por llegar.

 Poco a poco es como si Catalunya, y toda España, siguiera el camino de Italia, aunque aún los casos no llegan a tanto. Pero el terror se ha desatado y resulta penoso, incluso embarazoso, ser cómplice de ese mismo miedo, que yo creo infundado, exagerado por los medios, y todo ello para no quedarnos sin alimentos como si estuviéramos expuestos a una especie de invasión zombie.

 Iba a hacer un viaje sorpresa, sorpresa para mi madre, me iba a presentar en su casa y tocar el timbre. Vive cerca de Plaza Malvinas. Hace seis años que no voy. Luego, también de sorpresa, me iba a ir a visitar con una botella de ratafía al editor de Diario Full (el célebre periodista platense Pico Sanzone) y a otros tantos amigos de la ciudad. Me comentan otros platenses han intentado viajar que los dejan en cuarentena. Así que habrá que esperar las risas, los abrazos. Maldito Coronavirus.