jueves 18 de abril de 2024 - Edición Nº3858
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A 46 años del crimen más brutal, la leyenda del padre Mugica aún vive entre los pobres

*Por Jorge Joury.- Hoy es historia manchada con sangre. Pertenece a la noche más negra de la Argentina. Pero merece ser contada de primera mano, porque tuve el privilegio de conocer al padre Carlos Mugica, conversar con él durante un largo reportaje y sentir la presencia de Dios en medio de aquellas calles de barro. Fue en el marco de un país que se abatía en medio del odio, en los denominados años de plomo.


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    Mugica fue uno de los sacerdotes más emblemáticos, de aquella etapa irracional. El había decidido entregar su vida por los pobres, en una suerte de víacrucis. Fue tan fuerte su fervor, que después de su muerte quedó inmortalizado en cada rincón de la Villa 31. Tengo la percepción, que aquel hombre presentía que sus horas estaban contadas y que iba a morir de la manera más cruel y cobarde. Podía ser, tanto a manos de la izquierda como de la derecha. Ambos grupos, lo habían sentenciado, porque repudiaba cualquier tipo de violencia, mucho más los asesinatos por cuestiones ideológicas. Así fue como el 11 de mayo de 1974, estamos a pocos días que se cumplan 46 años de aquel episodio, Mugica,  a sus 43 años, caía acribillado por las balas de un grupo de hombres pertenecientes a la organización parapolicial denominada Triple A. Un comando asesino que regenteaba el por entonces ministro de Bienestar Social, José López Rega. Una personalidad siniestra que tenía enorme influencia sobre Perón y al que apodaban "El Brujo".
    Tras la dictadura militar de 1976, Juan Carlos Juncos, un hombre vinculado a esa banda asesina, confesó en 1984 frente al juez Eduardo Hernández Agramonte que José López Rega le había pagado una suma cercana a los 10 mil dólares para matar "a ese curita que lo perjudicaba políticamente". Después se arrepintió de esa declaración. Pero en el 2012, el juez Norberto Oyarbide se inclinó por la hipótesis de que Mugica fue asesinado por Rodolfo Almirón, el jefe de seguridad de López Rega. Así lo declaró en una de sus resoluciones.
    SE INMORTALIZO ENTRE LOS POBRES DE RETIRO
    Pero al espíritu del padre Mugica no pudieron matarlo. Se hizo leyenda, porque era un símbolo del compromiso de la Iglesia Católica con los sectores populares . Pertenecía a la corriente que por aquellos años en el continente, se denominaba como curas tercermundistas. Hace pocas horas, el Equipo de Sacerdotes de Villas y Barrios Populares de Capital y Provincia lo recordaron frente a su tumba. Rezaron una plegaria y dieron a conocer una declaración pidiéndole al Gobierno mayor presencia en los barrios pobres, donde la pandemia pega tan fuerte como un látigo de tientos.
     
    Aún hay fotos colgadas de él por todos los rincones del conglomerado, donde sus habitantes virtualmente lo han santificado. Todos los años lo recuerdan con una misa y oraciones en la parroquia Cristo Obrero, de la Villa 31 de Retiro, que el sacerdote fundó en los años '70 y donde se encuentran enterrados sus restos. Tal vez por estos días de cuarentena obligatoria, sus fieles tengan que conformarse con rezar por él desde sus hogares.
    En aquellos tiempos tormentosos, donde el país se abatía entre la violencia y el caos, la vida me obsequió un par de horas para poder entrevistarlo. Me recibió enfundado en su campera negra de cuero que se había puesto encima de su traje de sacerdote, sin sotana y con pantalones. Tenía los zapatos embarrados. Debo reconocer, que detrás de sus ojos azules intensos, brotaba cierta melancolía. Pienso hoy, que el padre Mugica tal vez presentía que sus días estaban contados. "En esta sociedad  cargada de odio, el tiro puede venir desde cualquier lado. Tanto la derecha como la izquierda, están contaminadas por la venganza.El país está en una guerra entre hermanos de la cual nos va a costar salir", me dijo. Lo único que le preocupaba era el destino de las miles de personas sumidas en la pobreza que habitaban esa suerte de pequeña ciudad hoy llamada Villa 31. 
    Para llegar a su parroquia, tuve que peregrinar por oscuros laberintos. Fueron algunas cuadras caminando de costado por pasillos donde entre cada casa había un metro de distancia. Recuerdo que tanto a mí, como al fotógrafo de Crónica, el gallego Fernández Burgos, nos tuvo que guiar un chico muy pobre, casi escuálido. Tenía zapatillas perforadas en las punteras, los dedos negros y percudidos por la mugre. Era ni más ni menos, que la expresión más descarnada de una postal de pobreza digna que se observaba a cada metro. Estábamos frente a un enjambre de casitas de madera, cartón y chapas oxidadas, iluminadas en su interior con la luz mortecina de una vela o un farol a kerosene. Y lo más patético es, que a sus muertos, los velaban encima de una mesa.
    FRASES QUE NO MUEREN Y PEGAN MUY FUERTE
    Aquel día frío de abril, el cura me recibió con una sonrisa de dos plazas y un fuerte apretón de manos. Luego, a medida que llegaron las preguntas, disparó frases conmovedoras. Comprendí que eran parte de su idioma callejero, una suerte de manto sagrado para cubrir a los más vulnerables : "Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no; porque nadie hace huelga con su hambre". Sus oraciones mostraban el compromiso de un hombre jugado a defender la causa de los más humildes. Quién podría cuestionarlas. Hoy volví a buscarlas en su historial y conviene ponerlas sobre el escenario para analizar la personalidad de un hombre honesto, comprometido y alejado de los placeres:
    Señor: perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece.
    Señor: perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no.
    Señor: perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que puedo no sufrir, ellos no.
    Señor: perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo.
    Señor: yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre.
    Señor: perdóname por decirles “no sólo de pan vive el hombre” y no luchar con todo para que rescaten su pan.
    Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí.
    Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
    Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz.
    VEINTE TIROS DE METRALLA EN LA NOCHE  
    El asesinato de este hombre delgado y de cabellos rubio enrulado, fue perfectamente planificado. Se perpetró un sábado, cuando las agujas del reloj marcaban  las 20.15. Fue en el preciso momento en que salía de dar la misa en la iglesia San Francisco Solano del barrio porteño de Villa Luro. Ese día, del que este mes se cumplen 46 años, la banda dirigida por Rodolfo Eduardo Almirón, un sicario que formaba parte del grupo armado de ultra derecha lo ametralló con una frialdad absoluta.
    Mugica había dado misa y mantenido una reunión con un grupo de preparación al matrimonio. Caminaba junto a Ricardo Capelli y María del Carmen Artecos hacia su auto. Tenía un Renault 4-L azul, que estaba estacionado junto a la iglesia. Pero poco antes de que pudiera subir al vehículo, un hombre delgado y de bigote se bajó de otro auto y abrió fuego. Le disparó veinte veces con una ametralladora Ingram M-10. De los quince tiros que acertó, varios le perforaron el abdomen y un pulmón. En medio del caos, el padre Vernazza salió de la iglesia como un rayo y le dio los últimos sacramentos. Lograron trasladarlo al Hospital Salaberry, donde una enfermera lo escuchó decir justo antes de morir: “Nunca más que ahora debemos permanecer unidos junto al pueblo”.
    El curita cayó sentado mirando contra la pared. El agresor se acercó para darle el tiro de gracia por la espalda. La secuencia fue testimoniada por la gente que salía de la iglesia. Uno de ellos trasladó a los heridos en un dramático viaje al Hospital Salaberry, con un Citröen 2CV, entre gritos de dolor y borbotones de sangre.
    SUS ORIGENES ERAN DE FAMILIA TERRATENIENTE
    Hay que decir que Carlos Francisco Sergio Mugica Echagüe, tal su raíz, paradójicamente provenía de una familia antiperonista, católica y de terratenientes adinerados. Eran descendientes del gobernador Pascual Echagüe. Pero él, a los 20 años, en 1950, tuvo un despertar hacia el catolicismo. Viajó a Europa con varios sacerdotes amigos, entre ellos Alejandro Mayol, quien luego sería integrante del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Sus biógrafos sostienen que fue una experiencia fundacional, ya que al volver al país abandonó Derecho tras haber cursado dos años y al año siguiente ingresó al Seminario Metropolitano de Buenos Aires para iniciar su carrera sacerdotal.
    En octubre de 1965 participó de las jornadas “Diálogo entre católicos y marxistas”, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y conoció a Gustavo Ramus, Fernando Abal Medina y Mario Firmenich, futuros fundadores de la organización Montoneros, desde su rol como asesor de la Juventud de Acción Católica en el Nacional Buenos Aires, donde habían estudiado. Durante su vínculo, surgirían notorias diferencias con respecto al uso de la violencia en la lucha revolucionaria.
    En su momento, también había expresado públicamente su malestar con el grupo Montoneros tras el asesinato de José Ignacio Rucci, secretario general de la CGT. "A Rucci lo mataron los Montoneros. No es una cuestión de opinión, es la verdad. Los guerrilleros no son el pueblo. Son pequeños burgueses intelectuales que aprenden la revolución en un libro, no en la realidad. Juegan con el pueblo. Le quitaron una alegría tremenda al pueblo de experimentar a Perón presidente, dos días después de haber sido elegido. Y crearon un clima de miedo imperdonable", dijo por aquel entonces, visiblemente indignado. Dicen que Perón lloró por este terrible episodio y Mugica, también.
    ESTABA MARCADO Y ENTRE DOS FUEGOS
    El sacerdote estaba bajo la mira por su intensa actividad política. En el marco de un período de fuego y de alta conflictividad social, colaboró con la resistencia y militancia peronista "en favor de los humildes" e integró el movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo, una derivación directa en América latina del Concilio Vaticano II.
    En 1966, Mugica se puso al frente de los grupos misioneros estudiantiles en el norte de Santa Fe, que evangelizaban a familias campesinas en el monte. Uno de esos grupos estaba integrado por tres jóvenes que estudiaban en el Nacional Buenos Aires: Gustavo Ramus, Fernando Abal Medina y Mario Eduardo Firmenich, quienes luego integrarían el grupo que fundaría Montoneros.
    El 7 de septiembre de 1970, fueron asesinados Abal Medina y Ramus en una emboscada en un bar del oeste del Conurbano bonaerense, y sus funerales se convirtieron en un acto de oposición al régimen dictatorial que conducía el general Roberto M. Levingston.
    El padre Mugica pronunció un discurso en homenaje a los jóvenes caídos que las autoridades no toleraron y ordenaron de inmediato su encarcelamiento. "Señor, perdóname por haberme acostumbrado a la violencia de ver chicos hambrientos; de soportar el dolor de los pobres; por decirles que no sólo de pan vive el hombre. Quiero vivir para ellos y morir por ellos", afirmó en una oración.
    NI LAS BOMBAS PUDIERON PARARLO
    No obstante, ese vínculo cercano con la cúpula de la guerrilla entró en crisis por su creciente militarismo, siendo un punto de no retorno el asesinato que perpetró la organización armada contra el jefe de la CGT, José Ignacio Rucci.
    Admirado por su labor territorial en los barrios carenciados y su apoyo a las causas sociales, Mugica se convirtió en el cura "villero" más reconocido  de la historia argentina. Por ese compromiso, cosechó enemigos en la derecha peronista y al interior de la Iglesia Católica. Según los relatos de sus personas más cercanas, el cura recibía amenazas de muerte desde 1972. Un día atentaron con una bomba a su casa de la calle Gelly y Obes.
    Hace 20 años, y por una gestión del hoy Papa Francisco y entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio, los restos de Mugica fueron trasladados en una multitudinaria procesión desde el cementerio de la Recoleta hacia la parroquia Cristo Obrero de la Villa 31.
    Bergoglio rezó por "los asesinos materiales, los ideólogos del crimen del padre Carlos y por los silencios cómplices de gran parte de la sociedad y de la Iglesia".
    Como arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio dio un impulso muy fuerte al trabajo de los sacerdotes en los barrios más empobrecidos de la ciudad y jerarquizó su trabajo, creando en 2009 la vicaría para la pastoral de las villas de emergencia.  En cada uno de ellos, el padre Mugica aún vive para proteger a los pobres.
     
    *Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP y analista político. Para consultar su blogs, dirigirse al sitio: Jorge Joury De Tapas  

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