miércoles 24 de abril de 2024 - Edición Nº3864
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El nacimiento de una policía piquetera que deja señales muy preocupantes

*Por Jorge Joury.- No hay excusa para que alguna fuerza de seguridad pueda poner en zona de riesgo la tranquilidad social. Durante 60 horas, la Provincia estuvo al borde de un ataque de nervios por el reclamo policial que derivó en una rebelión política explícita y desaforada.


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Por:
Jorge Joury
 
 Fue el paso que dio una parte de los sublevados llegando al límite de rodear la Quinta Presidencial de Olivos. Eso dejó en un segundo plano las cuestiones salariales y de condiciones de trabajo y obligó a observar la postal de un escenario al borde del delito de sedición.Muchos sostienen que, también se llegó al derrape cuando se fueron envalentonando los agentes exonerados, los retirados, los abogados que querían protagonismo y una mezcla de radicalizados. En ningún momento apareció un liderazgo del conflicto, al punto que unos se negaban a entrar a las reuniones, otros participaban pero luego se iban y la mayoría se limitó a disfrutar de cuatro o cinco minutos de fama utilizando las luces y los micrófonos de los canales de TV.  
A este clima de zozobra, se le sumó que los ingresos de muchos policías están devaluados porque, a raíz de la pandemia, se cayeron "negocios" de todo tipo de los que suelen sacar tajada: en las canchas, con las barras bravas, en los recitales, con el juego ilegal, la prostitución, las marcas truchas, la droga y tantos otros ilícitos a los que se les cobra peaje. También hay que considerar que buena parte de las familias de los uniformados son del Gran Buenos Aires, donde la situación económica se volvió más angustiante.
Algunos jefes de La Bonaerense se asombraron de la puesta en escena de la protesta de este ejército, el más numeroso de la Argentina, compuesto por casi 94 mil hombres, de los cuales 40 mil son mujeres. Nunca habían visto esa metodología anárquica de reclamo. La movida resultó inédita, pero algo tienen que ver las pésimas condiciones materiales en las que se desenvuelven estos cuadros, muchos de los cuales se encuentran al borde de la marginalidad. 
Hay que entender que esta policía es otra, alejada ostensiblemente de la tradicional, que venía de historia familiar y con sólida formación. La mutación estructural hay que empezar a buscarla en el 2013. Fue precisamente cuando Daniel Scioli obsesionado por convertirse en presidente de la nación, decidió responder a la demanda de seguridad que leía en las encuestas, incorporando 50 mil nuevos efectivos. No fue casualidad, sino una idea del por entonces ministro de Seguridad, el eterno intendente y lord mayor de Ezeiza, Alejandro Granados.
Durante aquella avalancha de ingresos, tal vez encontremos la génesis de las protestas de estos días. No solo porque pasar de una planta de 40 mil uniformados a otra de 90 mil instalaría una exigencia presupuestaria de imposible solución. Desde entonces, la cultura corporativa de la policía bonaerense, que arrastraba miserias legendarias, aceleró su deterioro. Los directores de la escuela Vucetich fueron obligados a producir dos egresos por año. Es decir, a largar a la calle vigilantes con la mitad de la formación tradicional. El clima interno de los institutos de formación registró cambios inesperados. Los exámenes médicos para ingresar a la fuerza se reblandecieron. Sobre todo, los toxicológicos. En 2018 hasta hubo que disimular que en la Vucetich había estallado un caso de tráfico de drogas.
Por ejemplo, a los psicólogos que tomaban los exámenes de admisión se les pidió ser más blandos, porque se necesitaba de manera urgente sumar efectivos por una razón electoral. Así ingresaron jóvenes provenientes de familias contaminadas con antecedentes delictivos. A esta multitud eyectada a los ponchazos, se les suministró un arma y se los mandó a integrar las policías municipales. Recuerdo que en aquel verano hubo un episodio trágico en Vila Gesell, cuando uno de los efectivos enviados al Operativo Sol, murió delante de sus compañeros al manipular un arma que se le disparó accidentalmente, en el interior de una vivienda. 
El episodio se tapó mediáticamente, pero esos remiendos rebrotan hoy como hongos venenosos. Estos uniformados de azul Francia, no tardaron en recibir el apodo de "pitufos". Luego, durante la gobernación de María Eugenia Vidal, también se los bendijo. Para muchos chicos del conurbano jaqueado por las necesidades y la falta de trabajo en el sector privado, convertirse en policía no era una vocación de familia, como ocurría en el pasado, sino escaparte a una vida miserable. 
Atrás quedó entonces la famosa historia académica, honrar al uniforme como una tradición familiar y la policía comenzó a nutrirse de la franja social más sumergida. No debería llamar la atención, por lo tanto, que el reclamo de estos días reproduzca los patrones de protesta de ese medio plagado de carencias. Lo que se observa con preocupación, es que la fuerza de seguridad adoptó y hoy emplea una estrategia piquetera. Se puso en evidencia cuando el jefe Daniel García se enfrentó a una especie de asamblea para dar explicaciones. Los mayores de 40 años lo escuchaban con circunspección. Los más jóvenes le faltaron el respeto. Uno de ellos le gritó: "¡Ey, gato, rescatate, ponete nuestra camiseta, defendenos!".
En esa dirección, un alto jefe policial fue terminante para graficar el actual escenario: "Se acabó ser policía por vocación.Estos son piqueteros, no son vigilantes. Con estos no podes negociar. Los referentes que vienen a Puente 12 a exigir hablar con el ministro son impresentables que no conocen ni la división de poderes. Son pendejos con cinco o seis años de antigüedad que ingresaron en la época de Scioli, que no tienen experiencia, que te quieren dar consejos y no detuvieron ni al ladrón de gallinas. Los respetamos, pero no son interlocutores válidos. El reclamo que hacen es justo. Por eso se le dio curso a todos los reclamos. Pero ellos van por todo. No les importa nada. Quieren el 60% de aumento o nada y así no se puede”.
Luego agregó: “Los que se ven en las calles con los patrulleros reclamando, movilizados, son unos tres o cuatro mil que no son bien vistos por el resto de sus compañeros, y no por los reclamos, sino porque no son polis, son muchachos que vieron la oportunidad de cobrar un sueldo del Estado y muchos de los cuales vienen de situaciones familiares muy difíciles”.  
Ese déficit de sofisticación institucional se advierte en otro detalle: la bonaerense se levantó contra Sergio Berni en el momento en que el ministro de Seguridad la estaba defendiendo de las turbias sospechas por el asesinato de Facundo Astudillo. Es como si la Gendarmería le hubiera hecho un paro a Patricia Bullrich en pleno caso Maldonado.
No es la primera vez que las autoridades reciben una demanda salarial de la policía, pero en otras épocas lo habitual era que los reclamos se canalizaran a través de los jefes. Ellos negociaban y, al hacerlo, preservaban el principio de autoridad. Esto es lo que se ha quebrado. Por eso no hay una fuerza protestando. Hay cincuenta fuerzas. Con superiores desbordados por "las bases", organizadas en grupos de WhatsApp. Sobran señales de este descontrol. 
El motín de los "pitufos" se alimenta de innumerables razones objetivas. La escala salarial de la bonaerense es 35% inferior a la de la Policía de la Ciudad. Los porteños cubren su salud con OSDE. Los de la provincia, con IOMA. La pandemia deterioró los ingresos. Muchos contratos en la vigilancia privada quedaron suspendidos. Son actividades con las que los agentes compensan los sueldos oficiales. Las horas extras, paupérrimas, también se redujeron. Y se multiplicaron los casos de Covid. Hoy están afectados 7000 agentes. En las comisarías sobran presos y escasean los barbijos y el alcohol.
Llamativamente, la  rebelión se desató en el marco de dos noticias. Una es la toma de tierras. Según las estadísticas, "de tres tomas en cuatro años pasamos a cinco tomas en un mes", reveló un alto funcionario municipal. La necesidad de contar con la policía ofreció una oportunidad invalorable para pedir más salarios. El otro dato para tener en cuenta, fue el anuncio de una transferencia de $10.000 millones de Alberto Fernández a Kicillof para el área de Seguridad. En el menú había tanquetas, cámaras, pistolas, tal vez un helicóptero, pero de aumentos salariales, ni una palabra. Esa fue la gota que desbordó el vaso.
Además, el reclamo policial logró lo que muchos gobernadores bonaerenses no pudieron: recuperar parte de la coparticipación que cedió Antonio Cafiero, el abuelo de Santiago, jefe de Gabinete, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, admirado por Alberto Fernández. 
Pero los efectos colaterales de la protesta, dañaron la institucionalidad. El gobernador Kicillof quedó la intemperie, sin el respaldo público de los intendentes. Y lo más grave ante los ojos del país, es que terminó arropado por un Presidente que en un gesto paternal salió a apagar el fuego.
De todas maneras, ahora llegará el tiempo del control de daños. Por lo pronto, la figura del ministro Sergio Berni quedó lesionada. Algunos hasta le ponen fecha de vencimiento y posibles sustitutos.
 
*Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP y analista político. Para consultar su blogs, dirigirse al sitio: Jorge Joury De Tapas.  

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