viernes 19 de abril de 2024 - Edición Nº3859
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Opinión y Reflexión

Enemigos, marketing y política

Por Carlos Leyba, Economista. Subsecretario de Coordinacion y Planificación Economica (1973-1974).- La ductilidad estratégica de Mauricio Macri–o de Jaime Duran Barba que es el mentor indiscutible - lo llevó, en un primer momento, a negar el peso de la herencia. No fue un acto de caridad sino una estrategia para mantener viva la consigna de la campaña electoral que sostenía que todos los males se debían a la desconfianza de los capitalistas, no sobre la realidad económica y financiera del país, sino sobre las personas que lo conducían. Alfonso Prat Gay – de lejos lo mejor del equipo económico – llegó a decir a la salida de una reunión con Axel Kicillof algo así como “las cosas no están tan mal”. El no lo creía.


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Nadie mínimante informado lo podía creer, pero Duran indicaba que no había que empañar el ánimo del vencedor.
La esperanza del PRO se basaba en el reemplazo. Y realmente era tal el desprestigio de los ridículos personajes del kirchnerismo que imaginarlos fuera del poder fue una fuente de esperanza.
Con la elección ganada la panacea estaba sobre el mostrador: la confianza había llegado.
El destacado politólogo Luis Tonelli dijo más o menos “llegaron subestimando los problemas y sobreestimando sus capacidades”.
La consecuencia del triunfo era que - reemplazadas las horribles personas que nos conducían por otras personas exitosas, probas, “el mejor equipo en 50 años” - las inversiones se desparramarían con energía inusitada. Aunque cueste creerlo el “marco teórico” era :confianza=inversiones. No había que poner en marcha política alguna. Cuesta creer que aún lo crean.
La sociedad del consumo, en la que vivimos, sabe bien el éxito de marketing del régimen A o B, pero el resultado es obvio. Si entra más que lo que sale no se baja de peso. Un objetivo sólo es tal, si está asociado a una política (o una conducta) que no es tal sin recursos específicos. Como decía Lorenzo Miguel “te lo pongo en primero inferior”.
Guido Di Tella, en los 90, declaró “la mejor política industrial es no tener ninguna”.Los reclutados de la Fundación Pensar, al llegar al gobierno, creían que “la mejor política de atracción de inversiones,  es no tener ninguna”.
Di Tella creía que los “mercados liberados a la Cavallo” nos darían la industria que merecíamos. Y el PRO entendía que “los mercados” más “la confianza” nos darían la inversión que merecemos.
Con CarlosMenem la industria fue bombardeada sin disponer de refugio alguno y la sobreviviente pena su actual pena, a la que el ministro Francisco Cabrera llamó “llanto”.
Con Mauricio Macri la inversión real todavía no llegó, excepto – como siempre allí donde la naturaleza (no la confianza) o los regímenes especiales (no los mercados) la atraen.
Volvamos a la negación de la herencia. Los diseñadores del marketing, lo central de la política PRO, le preguntaban a los militantes con instintos políticos, que los hay, rebelados ante la ausencia del inventario recibido, ¿cómo mantener el electorado?
La oficina de marketing gobernante les respondía a su propia pregunta: ¿Para qué meterle mala onda al “cambio” recién llegado? ¿Para qué amortiguar la alegría del éxito?. Los globos, la danza de la alegría, no podían ser empañados descendiendo a la realidad.
El cambio predicado era el crecimiento asociado a la expansión del aparato productivo. Bien.
Y el triunfo y la llegada en diciembre de 2015, aseguraban la secuencia “de la confianza” que lleva directo a la inversión y de ahí a la expansión del aparato y crecimiento. Lo principal estaba hecho: ganar y asumir el poder.
Con la confianza, vendría el aluvión de inversiones y dólares. La convicción era tal que desde el primer día se preparó el blanqueo para que, además de los inversores blancos que llegarían de inmediato, se habilitara el regreso de los inversores negros.
Sin duda que el único cambio de raíz, en la economía presente, la heredada y conservada, será la expansión del aparato productivo, la revolución de las inversiones.
Sin duda el boom de las inversiones productivas es “la” medicina necesaria, tal vez insuficiente, pero sin ella nada mejor que el presente será posible. No hay duda.
La clave real que diferencia una política de otra es el cómo conseguir el incremento de las inversiones. Pero hablamos de  un incremento gigantesco. Sin esa mega inversión no hay cambio posible.
Las inversiones, para el gobierno, serán consecuencia del marketing de la confianza. Para el PRO, el marketing” ( y las redes) lo pueden todo y “las políticas” se tornan redundantes. 
El 7 de marzo, en Salta, en una reunión del Business-20, preparatoria al próximo G-20 a realizarse en la Argentina, Gustavo Weiss, de la Cámara Argentina de la Construcción, dice La Nación reveló que “la inversión … desde 1980 a la fecha … es negativa porque la amortización del capital fue superior al incremento del capital”.
Más allá de las cifras que puedan respaldar tal afirmación, no cabe duda que el aserto refleja el enorme deterioro de la calidad (productividad, actualización) de la estructura productiva; la gigantesca destrucción de capital; el bajísimo nivel de capital por persona ocupada; la masa gigantesca de fuerza de trabajo para la que no hay disponible capital que multiplique, en términos productivos, el esfuerzo humano.
Eso explica el estancamiento de largo plazo y el hecho que hace muchos años que nuestro PBI por habitante no crece. La larga duración del estancamiento es fuente de conflictividad social.
Acertado propósito. Error de diagnosticar que la “confianza” en el equipo podría cambiar la tendencia a “desinvertir” en términos netos que señaló Weiss en Salta.
De aquella operación de marketing importa señalar que la ausencia de inversiones está liquidando los retazos de confianza que el gobierno había obtenido en la primera elección y ratificado en la segunda.
La encuesta difundida a fines de febrero por POLIARQUIA, consultora líder y afín a Cambiemos, señala que las expectativas positivas respecto del futuro global del país descendieron y a fin de febrero consultan al 38 por ciento de los entrevistados. Pero sólo el 31 por ciento cree que nos espera un año económicamente mejor y apenas el 22 valora positivamente la situación económica actual. El presente económico no entusiasma; sin embargo son bastantes más los que imaginan un futuro económico mejor; pero, si bien cayendo, son muchos más lo que sienten un futuro global, no sólo económico, entonado. El presente está para pocos, el futuro económico para algunos más, pero los que creen en Mauricio, en otras dimensiones además de las económicas, son bastante más. Diría casi los mismos que lo votaron. Fidelidad. Anote.
Pero enfocando exclusivamente en los méritos de la acción del gobierno, su imagen cae y conservan buena imagen solamente un tercio de los encuestados.
En lo “material” la confianza de los consumidores cayó 3 por ciento.; mientras el promedio supone que la inflación del año estará en 30 por ciento.
Lo que la consultora llama “índice de optimismo ciudadano” se mantiene en zona pesimista. Los optimistas son menos.
La conclusión es que “la confianza” que debía traducirse en inversiones no se tradujo y la consecuencia es el deterioro de la confianza, es decir, el predominio – leve – del pesimismo.
Esto obliga al gobierno a pensar que, en rigor, hace falta una política para lograr las inversiones que podrían reestablecer la confianza inicial. Es decir que de tanto pararse sobre “la confianza en el equipo” el peso de la demanda ha terminado por hundirla, y que por lo tanto los inversores requieren para invertir mucho más que “el equipo”.
Ese mucho más, es una política de inversiones. Y el sólo hecho de pensar “una política de inversiones” es, para este gobierno, un cambio de concepción. Cambio por cierto imprescindible. Dificil que lo hagan. La ausencia de concepción garantiza la continuidad del error.
Veamos, recordando los pasos de la gestión, el papel que le ha sido asignado a “la confianza” y observemos las consecuencias negativas de esa precaria convicción.
El discurso de confianza como factor de cambio, llevó a Alfonso Prat Gay a sostener que la liberación del mercado cambiario no tendría consecuencias en los precios porque los mismos ya estaban alineados al nivel del dólar paralelo. Confiarán en nosotros. No fue así.
La inflación del primer año PRO fue mucho mayor que la de 2015; y quedaban en el tintero ajustes de precios relativos que, aquí y en Marte, se resuelven con la suba de los promedios. Hay inflexibilidad a la baja y toda suba lo más probablemente aumente el promedio.
La estrategia de liberación estuvo asociada a la idea de un solo tipo de cambio, con eliminación de las retenciones a las exportaciones y por lo tanto un impacto amplificador de la devaluación en todos los productos exportables, lo que operó como un acelerador de la inflación que querían contener. La confianza daba paso a otro concepto de la promesa de campaña. Me explico.
El candidato, al igual que todos los otros, había prometido la eliminación de las retenciones. Recordemos, un tipo de cambio atrasado medido contra el “paralelo” y retenciones a los exportables. Dejar libre el mercado, fin del cepo, implicaba devaluación hasta el nivel del paralelo. Y si a eso le sumamos, al mismo tiempo, eliminación de las retenciones implicaba “más devaluación” y la consecuencia más presión inflacionaria. El gobierno se propuso alimentar la confianza obtenida en las elecciones cumpliendo una parte del compromiso, tipo de cambio libre más eliminación de las retenciones, e incumpliendo el resultado: más presión inflacionaria. El primer año de gobierno casi duplica la tasa de inflación heredada.
Pero no sólo eso. A pesar de haber denunciado penalmente (el entonces ministro) a CFK por haber habilitado las escandalosas operaciones de dólar futuro, el gobierno decidió pagar 55 mil millones de pesos (a valores de hoy suenan a 100 mil millones) de ganancia de lotería con número cantado, a los especuladores financieros locales.
Naturalmente esa “creación monetaria de la nada misma” – innecesaria y de dudosa moral – hubo que aplacarla con el método de la tasa de interés que implica, a través de la colocación de LEBACS, que las entidades financieras las adquieren – entre otros fondos – con los depósitos en cuenta corriente y caja de ahorro que le cuestan cero pesos.
Esas gigantescas transferencias de ingresos – innecesarias e injustificadas – alimentaron la tensión monetaria y la controversia entre tasa de interés, retraso cambiario y lucha contra la inflación. Pero nada de inversión. La confianza no resultó.
La pérdida de imagen y el riesgo de poder perder el Poder, a pesar de no haber contrincante que se presente en la cancha, obligó a un cambio de estrategia de marketing.
Finalmente apareció el protagonismo de la herencia asociado a la mega corrupción simbolizada en los “bolsos de López” y el delirio de los movimientos de recursos fiscales para enriquecer a los “emprendedores” amigos del gobierno con indicios de estar asociados a lo más encumbrado del poder.
Herencia más corrupción del pasado forjaron una barrera invisible que neutralizó la crítica al presente y la lógica del debate económico acerca del futuro.
Una doble Nelson sobre el pasado: “herencia económico social” muy difícil de digerir y la corrupción generalizada hecha comprensible hasta para ingenuos lectores de Upa.
Esa fue la tardía estrategia de marketing de demoler el pasado para que no intente volver. Pero no alcanzó para revertir el deterioro del stock de capital: la inversión.
Después del mal trago de las reducción de los ajustes jubilatorios, que rindieron cerca de 70 mil millones de pesos,  el marketing  mutó a la combinación de demonización del sindicalismo, generalizando sin fundamento la conducta mafiosa de muchos dirigentes a la totalidad del movimiento obrero; más el ataque endemoniando al Papa Francisco condenando, en definitiva, su vocación por la presencia de la Iglesia en los sectores más desprotegidos de la sociedad.
Ese mensaje eclesial es universal y es leído en el mundo como la palabra de un líder moral mundial; y en la prédica del oficialismo argentino se traduce como un ataque a la política actual mezclada con un apoyo al kirchnerismo. Una verdadera patraña.
Al respecto fue sorprendente (y honesto) el silencio del principal difamador de Francisco, el periodista Jorge Fernández Díaz, cuando Marcelo Larraqui, en una entrevista en La Nación+, desarmó con especial refinamiento una tras otra las consignas patoteras de Fernández Díaz: imperdible.
Pero a pesar de las andanadas disparadas por todos los medios afines, que no son pocos, contra aquellos que observan los aspectos críticos de la gestión, el foco de la sociedad, como consigna la Encuesta de marras, sigue en el camino de la pérdida de la confianza y la crítica de la situación actual.
Al Papa y al sindicalismo se le agrega ahora un nuevo enemigo.El ministro de la Producción les dijo a los industriales, “dejen de llorar e inviertan”.
Castigo mediático seguido de una orden. ¿Las inversiones en el capitalismo se ordenan? ¿O se promueven? Si en lugar de viajar a cosechar elogios se dedicaran a estudiar lo que hacen hoy los países más desarrollados o con mayor crecimiento, para lograr inversiones podríamos alentar un cambio copernicano. Un cambio de concepción de Cambiemos. No es la confianza el alimento del capital.  
¿Y la política? ¿Cómo se logran las inversiones en el mundo desarrollado?
Usando el método “una de cal y otra de arena”, el Presidente, después del exabrupto (coincidente con la acusación y detención de un ex presidente de la UIA por delitos de corrupción asociados al gobierno K), ha llamado al diálogo a los empresarios.
Por su parte Jorge Triaca viaja con algunos dirigentes sindicales por Europa.
Pero Mauricio a Francisco, que no tiene votos, lo hostiga con la promoción del aborto. Ahora devela que tan mal no le parece “el aborto libre y gratuito” y que no lo va a vetar “a pesar de sus convicciones”. ¿A cuál Mauricio creerle?
¿Cuánto de “vendetta” hay en esta promoción del aborto mientras , al mismo tiempo, se dice “yo no fui”?
La respuesta es que en ese mar se cosechan votos: las consignas vinculadas al aborto eran inimaginables en la estructura del PRO.
De hecho la mayor parte de los dirigentes no lo comparte. Excluyo a Marcos Peña y al propio Mauricio que, a pesar de las declaraciones evasivas, lo han promovido siguiendo los consejos de Jaime Duran Barba, firme partidario del aborto libre, que midió que una manera de cosechar en el terreno ajeno era sembrar la idea, a la vez de ese modo desenganchar la imagen de “derecha” introduciendo  las consignas de la cultura progresista que les era más que ajena, y de paso vengarse de la relación de Francisco con los movimientos populares. Un verdadero exocet para el Vaticano. Mauricio es hombre de marting y de enemigos. ¿Un retorno sin saberlo a Ernesto Laclau?  
¿Quién se acuerda de su mensaje inicial acerca de achicar la grieta?  La grieta si no cosecha votos, arrincona y eso, en medio de una situación de pérdida de expectativas y de una realidad económica que agiganta los problemas a futuro, es un aporte electoral. Que estamos en eso no hay duda.
Ayer la cúpula del PRO lanzó la campaña electoral 2019. Los tres repiten. El único contenido es clima electoral. Sin resultados, ahora tenemos una nueva agenda que, además del aborto, propone una serie de consignas y derechos de compleja realización que nos ponen a la altura de los derechos de Dinamarca, mientras la pobreza carcome el futuro.
¿Cuando comprenderán que el fracaso educativo es consecuencia de una estructura social destruida?. Heredada sí. Pero sin ninguna política capaz de revertirla. Propaganda de derechos para obtener votos. 
Y para el PRO, es lo que vemos, gobernar es cosechar votos. En eso no se diferencian del kirchnerismo. Ambos transitaron y transitan, el camino de “más derechos” sin siquiera considerar como se sostienen los derechos anteriores.
Los K lo practicaron a todo dar sin tener cuenta como construir la fuente para generarlos consistentemente. Su política fue agotar stocks dejando para el futuro dos problemas, los que había y con menos stocks para paliarlos.    
El abuso de marketing ha trastocado el sentido del ejercicio de la política. Pero también ha diluido la confianza.
La mejor reacción sería ejecutar “políticas” para lograr objetivos. Política para la inversión, como todos los países; más otra de defensa del trabajo y la producción nacional.
Ese es el mejor marketing y no el de generar enemigos, sea por la vía de las agendas, la difamación, etc., porque el verdadero enemigo es el de los problemas reales y el Poder se tiene para hacer las políticas que los derrotan.
 

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