jueves 25 de abril de 2024 - Edición Nº3865
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Periodismo en carne viva

Diario íntimo de los años de plomo

A 42 años del 24 de marzo 1976, el lector encontrará en esta crónica descarnada, algunas de las experiencias vividas por un periodista que sobrevivió a la larga noche de la dictadura militar. Se trata de retazos del antes y el después del golpe. Una ventana que se abre para recorrer un largo camino de recuerdos nunca revelados. Hay aspectos inéditos de charlas con Ricardo Balbín, en los días previos al desembarco de la Junta Militar. Los pormenores del asesinato de David Kraiselburd, el director de El Día, con postales del pasado vividas desde la propia redacción de diagonal 80. El dramático momento cuando el general Camps mandó a allanar el diario, durante una huelga ferroviaria, con la irrupción de una patota policial a punta de Itakas. El áspero mano a mano con el general Leopoldo Fortunato Galtieri, que quiso censurarnos por una noticia publicada en la tapa de Diario Popular .Y en el final de la nota, el costo que pagó la prensa por vestir las tapas con títulos de éxitos inexistentes durante la guerra de Malvinas.


Por:
Jorge Joury
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    Hoy son reliquias del pasado. Pero durante décadas, aquellas Olivetti fueron nuestras compañeras inseparables. Con ellas narramos la actualidad de la manera que pudimos, cuando muchas veces era jugarse la vida. El ruido intermitente de esas máquinas de escribir irrompibles, pertenecían al paisaje más íntimo de las redacciones. En este momento, entrar en el túnel del tiempo a través de las computadoras, duele. Parece que las abandonamos sin haberles prodigado caricias por tanto peso que llevaron durante miles de horas de martilleo. Son monumentos de la memoria colectiva y aún se las extraña, sobre todo cuando se trata de volver para atrás para recorrer páginas tan trágicas. Pero ellas ya no están, aunque nos ayudaron a comprender que la vida de varias generaciones de argentinos y extranjeros fue marcada a fuego por el terrorismo de Estado que se inició con el golpe cívico militar en 1976 e instauró la larga noche de la dictadura por siete años. Pasaron 42 años de aquella página negra que coincide además con Semana Santa . Es parte de una herida que no termina de cicatrizar y que es necesario desenterrar en cada aniversario, para que no vuelva a ocurrir. 
    Uno de los efectos más directos y demoledores, fue la irrupción de una cultura especulativa conocida como la "patria financiera", que sentó las bases para el desarrollo del neoliberalismo y el endeudamiento argentino con los Estados Unidos, además de la quiebra del aparato productivo y la pérdida de miles de puestos de trabajo. Pero más allá de lo que muchos ya han escrito en la búsqueda del "nunca más", como testigo viviente de esa época, siempre me propuse tratar de explicar cómo llegamos a semejante oprobio de perder todas las libertades y padecer un baño de sangre sin precedentes. Voy a intentarlo.
    Para recorrer el oscuro laberinto de esos años, conviene primero plantear el escenario previo que se vivía en el país y el papel que jugó la civilidad ante la encrucijada de salir del caos como fuera. Lo cierto es, que los acontecimientos violentos nos pasaron por encima en un suspiro. Pero me voy a detener en algunos episodios que marcaron mi vida periodística y que quiero desempolvar, simplemente para hacer un aporte y poder ayudar a entender a las futuras generaciones qué nos pasó. 
     
    LLEGAR COMO SEA, CON MARCAPASOS Y MULETAS
     
    Haber entrevistado a Ricardo Balbín en aquel momento en su escritorio de la vieja casona de la calle 49 y 12 de La Plata, fue un privilegio del destino. Sentado en el sillón de su escritorio y después de fumar un pucho tras otro, el líder radical  me acercó el título de tapa con sus habituales metáforas. Fue en los días previos al golpe, cuando diarios como La Razón titulaban: "Horas decisivas", presagiando el peor escenario. 
    "Con marcapasos y muletas, llegamos y triunfará la democracia", disparó Balbín con su voz ronca aquella mañana, cuando nadie apostaba una moneda por Isabel Martínez de Perón y muchos políticos golpeaban la puerta de los cuarteles como única medida salvadora para salir de un país ensangrentado.
    Es de público conocimiento, que Balbín habló con uno de los principales dirigentes del peronismo gobernante de entonces, Deolindo Bittel, a quien le planteó la posibilidad de frenar el golpe de Estado con un juicio político a Isabel Perón que permitiera que asumiese el presidente del Senado, Italo Luder, de manera de mantener la institucionalidad democrática. Pero la iniciativa no prosperó.
    A mi amigo y prestigioso fotógrafo de nivel internacional, Horacio Villalobos, le tocó el 24 de marzo de 1976 captar de noche el dramático momento cuando Isabel fue sacada de la Casa Rosada en helicóptero por los militares. Esa foto recorrió el mundo y aún da cátedra por su significado y oportunismo.
    Balbín había puesto toda su energía en colaborar para cerrar las heridas de la nación dando señales inequívocas de patriotismo. Lo ví saltar una tapia para eludir al periodismo y abrazarse con Juan Perón en la vieja casona de la calle Gaspar Campos en Vicente López (1972) y echar a la espalda los enfrentamientos. Luego repitió su grandeza al despedir al líder emblemático del peronismo durante el velatorio en el Congreso de la Nación. Allí hizo llorar al país, al pronunciar aquella frase: "El viejo adversario hoy despide al amigo". 
    Una semana antes de la caída de Isabel Perón, Balbín había parafraseado a Almafuerte para explicar que "todo lo incurable tiene cura, cinco segundos antes de la muerte". Entonces no habló del remedio. Pero con mayor firmeza, en la década del 40, había defendido las libertades públicas desde el Movimiento de Intransigencia y Renovación (MIR) en compañía de Oscar Alende, Arturo Frondizi y Moises Lebensohn.
    En la casa de 49, el líder radical amó a Indalia Ponzetti, su compañera inseparable, y tributó a la crianza de Lía Elena, Osvaldo y Enrique, sus hijos. Disfrutó de sus canarios, tanto como la construcción de sus discursos. 
    David Kraiselburd, que dirigía el diario El Día había dado la orden que solo dos periodistas podían entrevistar a Balbín. Quien escribe esta nota y mi compañero de trabajo ya fallecido, Ricardo West Ocampo. La profesión fue generosa conmigo por ponerme tantas veces cara a cara con la noticia. Fue un orgullo haber entrevistado a tres de las figuras emblemáticas del siglo XX, como lo fueron Perón, Balbín y Alfonsín.
     
    EL LENGUAJE DESPIADADO DE LA CENSURA CON LA BOCA DE LAS ITAKAS
     
    Durante aquellos años duros de aprietes y presiones constantes, la vida me enseñó a gambetear la censura de la manera que se podía. Con las pulsaciones muy altas por haber sufrido permanentes amenazas de muerte que obligaban a cambiar todas las noches el camino de regreso a casa. En la mayoría de los casos, para publicar y blanquear los enfrentamientos entre el Ejército y los grupos guerrilleros, los disfrazábamos como hechos de la delincuencia común. Cuando tomaban estado público, con ello obligábamos a que los militares dieran los partes oficiales.
    Muchas veces la pasamos mal. En una oportunidad, durante una huelga ferroviaria, el general Ramón Camps que era jefe de la Policía bonaerense, mandó a allanar la redacción de DIARIO POPULAR, que por aquel entonces estaba en La Plata. Irrumpió entonces una de esas patotas de la época, cuya prepotencia se manifestaba a través de las bocas grises de las Itaka. Yo era el jefe de redacción y máximo responsable en ese momento.No aceptaron ninguna explicación. Allí comprendí que se prendía fuego la libertad de prensa. 
    Se llevaron por la fuerza las pruebas de página para revisar los contenidos y nos dejaron en una tensa espera. Sin saber que iba a ocurrir y para ganar tiempo, porque había que mandar los diarios a Capital y estaban los camiones esperando en la calle, pedí permiso para arrancar a puertas cerradas. El mandamás del grupo me respondió con voz pastosa: "podés hacerlo, pero si el general Camps prohibe la salida del diario, te metés los ejemplares en el orto". Corté clavos durante 4 horas, hasta que recién llegó la autorización del Jefe de Policía, cerca de las tres de la madrugada.
    Cumplir con la tarea profesional, era sin exagerar, jugarse la vida de manera cotidiana. Estábamos entre dos fuegos: la derecha y la izquierda. Era tal el clima de miedo, que cuando caía la noche había que cerrar las persianas de la redacción porque los grupos terroristas disparaban andanadas de piedras. También salíamos con desesperación a correr los autos, porque lanzaban bombas molotov sobre ellos. Había noches en La Plata en que explotaban hasta 15 bombas. Regresar a casa a la madrugada después del cierre del diario era una odisea, atravesando por lo menos dos retenes militares donde los efectivos nos pedían hasta el certificado de vacunación para certificar nuestra identidad. Era tal el terror de Estado, que la delincuencia común desapareció del mapa, espantada por el horror. No había robos, ni asaltos a bancos. Todas las depredaciones corrían por cuenta de grupos parapoliciales, que se adueñaban de todo lo que encontraban durante los allanamientos en calidad de "botín de guerra".
     
    EL SUEÑO TRUNCO DE UN PERIODISTA TALENTOSO
     
    En los meses previos al golpe militar, el clima que se vivía en el país era deseperante. El primero de julio de 1974, paradójicamente el día que murió Perón, me tocó ser protagonista de la etapa fundacional de Diario Popular, un sueño de David Kraiselburd, que nunca alcanzó a ver. Cuando la publicación salió a la calle estaba secuestrado. Después su ascendente carrera quedó trunca en un episodio que acabó también con su vida.
    Cuando estábamos preparando el número cero del "Popu", como se conoce al hoy tercer diario de mayor venta en la Argentina, David me preguntó irónicamente cuánto pensaba que podíamos vender. Me arriesgué a decir 15 mil ejemplares. Sonrió y me respondió que si mi presagio se hacía realidad, me invitaría a comer un asado. La profecía supero con comodidad los más de cien mil ejemplares, pero él nunca pudo ver ese fenómeno periodístico.
    David Kraiselburd había nacido el 1 de julio de 1912 en el hogar de una familia judía de Berisso. Su padre era colchonero y de pensamiento socialista. David siguió sus pasos. Nacido y criado en un hogar judío y de izquierda, pronto se volcó a la militancia.
    Estudió en el Colegio Nacional. Cuenta la historia que organizó en quinto año una huelga de estudiantes en solidaridad con Sacco y Vanzetti. Para esos años ya era conocido en La Plata por su militancia socialista, su identificación con la Reforma Universitaria y sus amistades con los anarquistas. En 1928 -apenas  siendo un adolescente- empezó a trabajar en el diario El Día. Le tocó hacer de todo: deportes, policiales, política, cultura y brilló en todos esos rubros. En 1932 se recibió de abogado y al poco tiempo obtuvo el título de profesor de historia. Ya mayor, siempre se jactaba de haber sido discípulo de Ezequiel Martínez Estrada, Sánchez Viamonte y Pedro Henriquez Ureña.
    Era un hombre muy culto y sumamente exigente. Iba de traje y sombrero al diario. Y nosotros debíamos imitarlo, porque si teníamos que hacer una entrevista con figuras importantes de la política, el sostenía que los periodistas eramos la imagen del diario. También exigía leer todos los diarios. Era capaz de preguntar por el contenido del recuadro más pequeño. Corregía personalmente los textos más delicados y después pedía a los jefes leer las pruebas para comprender el equilibrio que trazaba en las crónicas. Nunca vi tanta capacidad de trabajo. Daba mucha seguridad. 
    Un día titulé que un diputado bonaerense estaba implicado en un plan para atentar contra Perón y nos mandaron una carta documento. Cuando llegué a la redacción, todos sabían y el un silencio sepulcral. Muchos esperaban que David me diera una reprimenda. Sin embargo me preguntó si había visto la carta documento. Le dije que sí. Di mis explicaciones de por qué ese titular y me respondió con una clase de libertad de prensa: "no se haga problemas, mañana titularemos: Nos querellan". Siempre sosteía que no había que criticar a los otros medios, porque cuando los gobiernos intentaran censurarnos, deberíamos estar todos juntos para defendernos. Sus dictados aún me acompañan y sirvieron para alumbrar mi larga carrera. Su muerte anticipada fue una pérdida grande para el periodismo.
     
    EL DIA QUE SE PARALIZÓ EL CORAZON DEL DIARIO
     
    El 25 de junio de 1974, Kraiselburd fue secuestrado en la ciudad de La Plata por un comando guerrillero. En el operativo participaron alrededor de veinte personas, movilizadas en cuatro o cinco autos. Los hechos ocurrieron en la intersección de la Diagonal 77 y las calles 2 y 49, justo a una cuadra de la Jefatura de Policía. Eran las nueve y media de la mañana.
    El director de El Día, que caminaba solo cotidianamente desde su casa al diario, fue un objetivo fácil. A todos los que le recomendaban prudencia o le señalaban el peligro que corría, David les contestaba que esconderse era ceder el campo a la intimidación y el único camino era dar la cara. 
    Esa mañana me tocó vivir uno de los hechos que más me marcaron, ya que David Kraiselburd había sido uno de mis maestros. El me había aconsejado que : "el día que el diario afirma que algo es blanco, no puede haber nadie que demuestre lo contrario. Caso contrario, no se publica hasta chequear a fondo". Su rigor informativo era absoluto. Pero lamentablemente el país  desde hacía años estaba sumido en una violencia irracional que para esa fecha se estaba acelerando peligrosamente. Una semana después del secuestro de Kraiselburd, el presidente Juan Domingo Perón se iba de este mundo dejando en el poder a su esposa Isabel y López Rega, el monje negro. En el velorio no se olía a incienso sino a pólvora. La muerte de Perón significaba una definitiva luz verde para que las diversas facciones del peronismo se aniquilaran entre ellas y en el camino se cayeran a pedazos las instituciones.
    El secuestro y posterior asesinato de de Kraiselburd se inscribe en ese contexto de violencia, ajustes de cuentas y derramamientos de sangre inocente. A ese escenario macabro se sumaba esa otra variente perversa de aquellos años: matar para exhibir poder interno. Es lo que hicieron con José Ignacio Rucci, el secretario general de la CGT, con Arturo Mor Roig, con Kraiselburd y el general Eugenio Aramburu. Ya no se trataba de matar a “enemigos del pueblo”, sino que ahora había que “tirar muertos” en la mesa para negociar. La víctima podía ser cualquiera, lo importante era la condición de muerto. Es lo que ocurrió con Arturo Mor Roig, asesinado dos días antes que Kraiselburd en un comedor de la localidad bonaerense de San Justo. ¿Motivos? Haber sido Ministro del Interior de Lanusse. ¿Motivo real? Demostrarle al gobierno que en cualquier negociación política había que tenerlos en cuente a ellos y no a Balbín.
    El director del diario “El Día” estuvo secuestrado en una casa de la localidad bonaerense de Gonnet, ubicada en calle 501 entre 14 y 15, justo a una cuadra de la comisaría. El 17 de julio de 1974. un allanamiento a esa vivienda provocó el desenlace trágico. Los guerrilleros se resistieron y uno murió. Se llamaba Carlos Starita y era presidente por la JUP del Centro de Estudiantes de Derecho de La Plata. 
    ¿Quienes mataron a Kraiselburd? Se dice que Montoneros, pero otras fuentes aseguran que fue el ERP y no faltan los que responsabilizan a las Fuerzas Armadas Peronsitas-17 de octubre (FAP). La confusión es sólo aparente. Hay quienes aseguran que los asesinos fueron militantes de la FAP, un brazo armado peronista que integró Montoneros, pero que al momento del secuestro se habían escindido de la organización que comandaba Mario Firmenich. Los informes de época dan cuenta que precisamente, el operativo contra Kraiselburd se realizó para demostrarle a sus anteriores jefes su capacidad militar. La FAP después de este crimen ofreció su operatoria al ERP, servicios que por supuesto fueron aceptados.
     
    LA FRASE MAS DESPIADADA: "SI LLEGA LA CANA, MATAR AL SOPRE"
     
    Por denuncias de vecinos de Gonnet, que daban cuenta de movimientos extraños en el barrio, la policía encontró por casualidad el escondite en donde tenían encerrado a Kraiselburd. El comisario pensó inocentemente que en esa casa había partidas de juego por dinero. Por eso mandó a dos policías.Tocaron timbre y salió una mujer. Preguntaron por el esposo y ella argumentó que esperasen un momento, que iría a llamarlo. Cuando se cerró la puerta, comenzó una lluvia de bala desde el interior que convirtió al lugar en un infierno. Después de ese intenso tiroteo y tras la llegada de refuerzos, los terroristas huyeron por los fondos. Uno solo quedó herido, el mencionado Carlos Starita, hijo de un marino de alto rango que días después y tras una corta agonía, murió  en el hospital San Juan de Dios por el balazo que recibió en la médula espinal.Nunca pudo ser interrogado y se llevó a la tumba el nombre de la mano asesina que terminó con la vida del director de El Día.
    Pude imaginar el escenario del calvario que vivió David Kraiselburd a través de las fotos que sacó la policía y que figuraban en el expediente. El periodista estaba encerrado en lo que en esa época se denominaba cárcel del pueblo. Su cadáver fue hallado en una carpa de lona dentro de una habitación fuertemente rodeada por alambres de púas. Sobre una pared había un cartel escrito a mano con una directiva terminante : "Si llega la cana, matar al sopre". Y la orden se cumplió a rajatabla. 
    Fue al lugar  mi compañero de tareas Ricardo West Ocampo y tuvo la ingrata tarea de reconocer el cadáver, que presentaba varios tiros. Por las fotos que ví,  David al parecer buscó refugio al percibir el tiroteo y se ocultó debajo del camastro donde dormía. Sus manos aparecían tapándose el rostro. Probablemente, cuando el asesino fue a ejecutarlo, por instinto el periodista se cubrió, como queriendo atajar las balas. Hasta el día de hoy me acompañan las dudas sobre las verdaderas causas del asesinato de Kraiselburd. Se estaba negociando el pago de un rescate a través de comunicados que dejaban los extremistas detrás de los espejos de los baños de bares y hasta en la estación ferroviaria. Muchas veces me tocó ir a buscarlos. Aún me pregunto si esa llegada casual de la policía al lugar del cautiverio no precipitó los acontecimientos. Tras el duelo, al poco tiempo las amenazas terroristas no cesaron. Durante el allanamiento a una estación clandestina de comunicaciones de Montoneros en City Bell, la policía encontró una lista donde figurábamos todos los jefes y los cargos que ocupábamos en el diario. Comprendimos entonces que teníamos infiltrados y eramos un blanco fácil. A partir de allí, se dejó de hablar en voz alta.
     
    EL CAPITULO DEL DICTADOR QUE QUERIA CHICAS LINDAS EN TAPA
     
    Jorge Rafael Videla, quien estaba al frente de la Junta Militar, había sido remplazado por el general Roberto Viola en 1981. Con él comenzó un período de cierta apertura. Viola pretendía la perpetuación de la dictadura con un gobierno civil que fuera dirigido por militares. Por entonces, hizo su irrupcion en la escena económica como presidente del Banco Central, el economista cordobés Domingo Cavallo, quien estatizó la deuda privada. Viola no sobrevivió a una nueva crisis económica: se pagaba con una devaluación brutal la política económica de Martínez de Hoz. 
    A Viola lo sucedió Leopoldo Fortunato Galtieri (1981-1982). Era un hombre afín a la gestualidad mussoliniana, que comprendió que el régimen agonizaba en apoyos políticos y declaró la guerra a Inglaterra el 2 de abril de 1982 al ocupar las islas Malvinas, sobre las que Argentina reclama históricamente aún su soberanía. Esa fue fue la última aventura siniestra del régimen militar y potenció la alianza de Inglaterra y los EE.UU. contra el gobierno militar. A mediados de 1982, se vivía la cuenta regresiva para la dictadura. El destino me tenía reservada una carta con Galtieri.
    Fue a través de un episodio amargo en Diario Popular, por haber publicado en la tapa un titulo acompañado de una foto que decía: "Osario en Berisso". Se trataba de huesos encontrados en un desolado paraje. Pero en ningún lugar de la nota se decía que fueran de desaparecidos. Es más, se hablaba de la posibilidad de que pudiesen haber sido arrojados por estudiantes de medicina. Pero los militares estaban muy sensibles y con el aliento en la nuca de los organismos de derechos humanos. Interpretaron que queríamos dejarlos al descubierto, justo en momentos en que una delegación norteamericana visitaba el país frente a las denuncias de torturas y desapariciones.
     Al otro día  de la publicación, me citaron al Comando en Jefe. Fui con un abogado del diario. Sentado en un sillón y con los pies encima del escritorio me recibió el general Galtieri. Lo acompañaba una botella de whisky importado. Recuerdo que el olor a alcohol impregnaba el ambiente. Durante la charla, se sirvió varias veces hasta que el rostro se le tornó color tomate. Empezó a apretarme con sus preguntas y pedía explicaciones de por qué había puesto esa foto en tapa. Me defendí como pude, pero siempre con tono firme, porque sabía que ante la disciplina militar no se puede demostrar flaquezas, porque entonces te pasan por encima.
    Galtieri me terminó sugiriendo que en vez de esas "fotos de mal gusto", como las del macabro hallazgo camino a Berisso, optara por poner en tapa chicas en bikini, "que alegran la vida". Dijo que "la gente quiere alegría" y me advirtió que si la situación se repetía, nos clausurarían el diario. 
    Antes de despedirme y con tono socarrón, visiblemente pasado en copas, me preguntó si era muy oscuro el camino de Avellaneda a La Plata. Comprendí que era un mensaje indirecto, para que supiera que ellos conocían mi recorrido habitual. También me corrió otro escalofrío, cuando me dio la mano y me despidió con un : "cuídese amigo". Aquella madrugada de regreso a casa, cambié de camino por las dudas.  Poco tiempo después, me enteré a través de un juez amigo,  que me quisieron abrir un proceso pero afortunadamente no prosperó.
     
    EL MANOTAZO DE AHOGADO DE UN DELIRANTE Y UNA GUERRA INCOMPRENSIBLE
     
    Galtieri era un delirante, pero en su soberbia no daba puntada sin hilo. Con la intensión de perpetuarse, nos sorprendió el operativo Malvinas. Una semana antes nos enteramos del desembarco. Pero no sabíamos el día puntual, que terminó siendo el sábado 2 de abril de 1982. La información la trajo al diario Jorge Lozano, uno de nuestros grandes editorialistas, que tenía gran llegada con el almirantazgo. Durante la guerra, todas las semanas los editores teníamos que concurrir al Comando en Jefe del Ejército a recibir instrucciones de como manejar la información. Si nos apartábamos una línea de las pautas, nos advirtieron que nos declararían "traidores a la Patria" y clausurarían el diario. "Estamos ganando". "Hundimos al Invencible" y otros títulos engañosos, compusieron aquel festival de gloria inexistente que tan caro nos costo. Vendíamos más de 200 mil ejemplares por día, con aquel engaño al que nos forzaban, sin otra alternativa. No obstante, a través de los servicios de cablegráficos de las agencias internacionales, nos enterábamos que la realidad era otra.
    Los enfrentamientos bélicos culminaron el 14 de junio, con la rendición de nuestro país. Murieron 649 soldados argentinos y 255 británicos reconocidos oficialmente.
    Al conocerse esa página amarga, los lectores percibieron el engaño y castigaron a los medios. En el caso de Diario Popular, de vender más de 200 mil ejemplares, nos caímos a 40 mil. Fue muy duro comprender que si de algo no se vuelve es del ridículo. Nos costó mucho tiempo recomponer la alianza con el público.
    Pero la situación de la dictadura estaba destinada a empeorar, hasta deteriorarse por completo. Además de la guerra de Malvinas, también incidieron los problemas limítrofes con Chile (1977-1979) por el Canal de Beagle, que culminaron con la mediación papal. 
    A fines de 1982, una huelga general con movilización popular produjo serios enfrentamientos con la policía en las principales ciudades del país. El sindicalismo se reagrupaba, como los partidos políticos nucleados en la Multipartidaria. Fue el comienzo del fin del proceso militar. A Galtieri lo sucedió Reynaldo Bignone, quien anunció elecciones presidenciales. Intentó una ley de autoamnistía que impidiera que los militares fueran juzgados por sus crímenes y ordenó la destrucción de toda la documentación que comprometiera al régimen más ominoso de la historia argentina.
    Los datos que se conocen dan cuenta que los militares montaron a lo largo y ancho de la Argentina unos 520 campos clandestinos de detención donde se hacía desaparecer, se torturaba y asesinaba a los opositores. El más grande fue la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), por donde pasaron casi cinco mil ciudadanos. Datos oficiales calculan en 15.000 los desaparecidos o muertos. Los organismos de derechos humanos sostienen que son unos 30.000. Hubo unos 10.000 presos políticos y se estima en más de 100.000 los exiliados. Hubo unos 300 adolescentes desaparecidos y unos 500 niños fueron secuestrados junto con sus padres o robados por los militares luego de nacidos en los centros clandestinos de detención. 
    En ese nefasto capítulo, el pasado aún se sigue escribiendo con los hijos de desaparecidos que desconocen su identidad, con los juicios pendientes a los autores intelectuales y ejecutores de torturas, abusos y crímenes de lesa humanidad en centros clandestinos, y porque aún se desconoce dónde están los restos de ex detenidos ya fallecidos.
    El 10 de diciembre de 1983, comenzó el gobierno democrático de Raúl Alfonsín. Se respiraba otro aire. La larga noche de terror llegaba a su fin. Pero las historias aún viven como fantasmas y a veces no nos dejan dormir de solo recordarlas. Los periodistas hicimos lo que pudimos. O lo que nos dejaron. Si en algo nos equivocamos, ya prescribió.


    *Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP y analista político. Su correo electrónico es [email protected]. Si querés consultar su blogs, podés dirigirte al sitio: Jorge Joury De Tapas.
     

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