jueves 25 de abril de 2024 - Edición Nº3865
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Periodista platense le saca la careta al Mundial 78, en un libro imperdible

*Por Jorge Joury.- Por primera vez, el columnista de Diario Full, Jorge Joury, publica un anticipo de su libro próximo a editar. Allí figuran sus experiencias de primera mano, durante 50 años de periodismo. El presente capítulo, tiene que ver con el Mundial 78, vivido con pasión, pero en medio del espanto de la dictadura militar. A dos semanas del puntapié inicial de Rusia 2019, el presente testimonio revive la polémica y los mitos, en historias que van más allá de la gloria


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    Desentierra además, los fantasmas de un pasado, donde informar era jugarse la vida. El periodista sostiene que mientras en el estadio Monumental, los argentinos celebrábamos el título de campeones, a pocas cuadras de allí, detrás de las paredes oscuras de la ESMA, cientos de compatriotas eran sometidos a las peores torturas."Nos usaron para tapar las 30 mil desapariciones. Me siento engañado y asumo mi responsabilidad individual: yo era un boludo que no veía más allá de la pelota", dijo una vez el jugador Ricardo Villa, resumiendo lo que para la mayoría finalmente significó aquella fiesta. 
     
     
     
    Hace 40 años en la redacción de Diario Popular nos preparábamos para un campeonato Mundial que ofrecía grandes esperanzas para la Argentina, principalmente por ser locales. La frase del tablón dice que siempre hay una primera vez.Y aquella oportunidad llegó, lamentablemente en medio de un clima militarizado por los sembradores del miedo. En el camino de diez Mundiales, Argentina apenas había alcanzado una final en su estreno en la Copa -por entonces Jules Rimet-, allá en Uruguay 1930. Esta vez de local, vendría la recompensa tan esperada. El país vivía un clima de expectativa, pero detrás de ese sueño de musical que "25 millones de argentinos jugaremos el Mudial", como rezaba la canción de época, la dictadura militar ocultaba en sus galpones los más aberrantes crímenes de lesa humanidad.
    En el diario habíamos previsto una gran cobertura, con enviados especiales a todas las sedes. Por aquel entonces, la redacción funcionaba en una casa baja de la calle 39 entre 4 y 5 de La Plata, lugar en el que hoy hay un edificio. La apretada sala se había convertido en un verdadero parque de diversiones, por la cantidad de gente. Para potenciar esfuerzos, se fusionaron en un mismo ámbito, las secciones de Deportes de El Día, la Gaceta de la Tarde y Diario Popular. Convivíamos más de 14 horas, amortiguando el impacto de la presión informativa con largas mateadas, facturas que se esfumaban en un suspiro, bromas y anécdotas de variado tenor. Estábamos rodeados de grandes plumas, como Marcos Aronín (que firmaba con el seudónimo de My Space), el negro César Sotelo, Oscar Díaz Lozano y su hijo Guillermo, Diego Lucero (Luis Sciutto) que había presenciado todos los mundiales y el picante profesor, oriundo del barrio de Caballito, José María Suárez, entre otros. Al comando del operativo nos encontrábamos el legendario Lucho Bravo, (Juan Carlos Mohamed), Héctor Collivadino y quien escribe.
    También solía asistir a esa gesta en que aturdían las Olivetti, el dibujante Carlos Basurto, que con su hermano Jorge, compartían el podio de los mejores humoristas del momento. Era el que se encargaba de poner la cuota de humor con sus chistes que se publicaban en la tapa. Basurto me obsequió un boceto que aún conservo. Allí bosquejó la redacción a modo de tribuna, donde los periodistas aparecíamos tipeando  las crónicas con el pañuelo de cuatro nudos sobre la cabeza y arrojando papel picado. Era muy divertido, ya que al fondo, se observaba con la ñata contra el vidrio, a los canillitas, con sus gorras y con ojos vivaces, siguiendo con admiración cada uno de nuestros movimientos.
     
    EL OTRO DIEGO, EL SEÑOR DE LOS MUNDIALES
     
    Argentina siempre ha contado con un yacimiento rico de apasionados y sabios periodistas deportivos como Dante Panzeri y Osvaldo Ardizone. Pero a nosotros no nos faltaba esa madera. Debo reconocer que uno de los más grandes que conocí fue Luis Alfredo Sciutto (1901-1995), que alcanzó fama con su seudónimo de Diego Lucero. Le sobraba paño, ya que había asistido a todos los campeonatos del mundo desde 1930 en Uruguay, hasta el de 1994 en Estados Unidos, cuando contaba 93 años. Allí fue testigo presencial de la sonada exclusión de Diego Armando Maradona cuando la enfermera lo llevó de la mano a su control antidóping, después de verle marcar por partida doble ante Nigeria. A Diego Lucero le sobraba pasión futbolera. Había jugado en Nacional de Montevideo y llegó a ser internacional con Uruguay. También viajó a España durante la Guerra Civil y se desempeñó como corresponsal. En esa oportunidad, fue detenido en la Casa de Campo de Madrid. Vivió un verdadero víacrucis. Lo recluyeron en la cárcel de Manises y estuvo a punto de ser fusilado. Gracias a la mediación de la embajada de Estados Unidos, fue repatriado. Diego Lucero había hecho una promesa: algún día iría a pie desde Valencia a la Basílica del Pilar, en Zaragoza. La cumplió en cuanto pudo, aunque eso no consta en una autobiografía de muy pocas líneas que redactó para alumnos de periodismo.
    Hubo una época en que todos los periodistas argentinos queríamos ser como Diego Lucero, llamado también con justicia: "El señor de los Mundiales". Lo conocí en la década del 70, en mi paso por Clarín.  Era uno de los preferidos de Roberto Noble, el fundador y propietario del medio. Junto con otras figuras legendarias como Beto Devoto, David Sbarky y Osvaldo Bayer, solían contar sus andanzas en el centro de la redacción. Los que podíamos, nos colábamos a escuchar esas historias de vida, edulcoradas hasta la fantasía. Vestía como un señorito francés, luciendo camisas muy finas, con gemelos de plata y corbatas de seda que destellaban por sus colores vivaces. Por aquel entonces el diario tenía un libro de estilo, pero él me dio una recomendación: "que no te importe repetir conceptos las veces que quieras, lo importante es que no se pierda la idea y el lector no se quede vacío". Me debo haber perdido muchas cosas en la vida, pero no el privilegio de haber conocido a grandes maestros del periodismo. 
    Con Diego Lucero nos reencontramos en el 78 en el Popular, para vivir el "Mundial de las Bayonetas", como lo llamábamos en intramuros. Don Diego se había mudado a City Bell a una casa con amplio jardín, la cual disfrutaba junto a su esposa.
    También en el diario tuve la oportunidad de disfrutar de una larga charla con Osvaldo Ardissone, que estuvo a punto de sumarse a nuestro plantel. El destacado periodista formaba parte del staff de la revista Goles y me contó que había ido a Villa Fiorito a hablar con Diego Maradona. Le apenaba que el que el DT del Seleccionado, César Luis Menotti  lo había dejado fuera de la lista convocados. "Al pibe lo noté bajoneado, pero le dí aliendo : "la vida siempre da revancha", le dije. Me mostró una foto  que se había sacado con Dieguito,que vivía aún en una casa muy humilde, caminando por en una calle de tierra. Pocos días después esa misma foto, donde el maestro Ardissone aparecía colocándole la mano en el hombro a joven futbolista, fue la tapa de la revista Goles, con un título sobre impreso que decía: "Otra vez será, pibe". Su relato, era una verdadera acuarela, parangonando el sueño de aquel purrete de potrero, que años después se convertiría en el más grande del planeta.
     
    EL MUNDO TAMBIEN GIRABA Y LAS NOTICIAS PEGABAN FUERTE
     
    Mientras duró el Mundial en nuestro país, la gente se distraía y la dictadura militar gozaba de buena salud. No obstante, también pasaban cosas importantes en el mundo. En Alemania, por ejemplo,  se firmaba la sentencia de muerte del legendario escarabajo de la Volkswagen. En Inglaterra nacía el primer bebé de probeta y en Italia se legalizaba el aborto. Además aparecían las primeras víctimas del SIDA, una suerte de maldición bíblica que en los titulares se definía como "La peste rosa". Las Brigadas Rojas asesinaban a Aldo Moro en Italia, los Estados Unidos se comprometían a devolver a Panamá el canal usurpado a principios de siglo. Desde Miami anunciaban la inminente caída de Fidel Castro, algo que nunca pasó. En Nicaragua tambaleaba la dinastía de Somoza y en Irán crujía el reinado del Sha. 
    Lo que por ese entonces ignorábamos, es que mientras había un pueblo que gritaba los goles de nuestra selección, se apagaban decenas de vidas bajo la tortura, en la noche más oscura de los denominados años de plomo. 
    No trascendían en detalle las aberraciones que se cometían y menos decenas de atrocidades. Ignorábamos que se arrojaban militantes al río desde aviones militares.  Pero tiempo después empezó a trascender con fuerza que detrás de aquella Copa Mundial, la primera bien ganada por la Selección, se escondió también corrupción, muerte y miedo. Así como los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936, fueron utilizados por Adolfo Hitler en Alemania, el Mundial de 1978  permitió silenciar por varios meses lo que ocurría en el país con los crímenes, secuestros y saqueos de las bandas armadas que operaban en las sombras.
    Cuando a la selección te tocó jugar con sede en Rosario, en Diario Popular se alquiló un avión particular para traer a La Plata las fotos el mismo día y publicarlas. Allí tuve el privilegio de ser el primer jefe de redacción en inaugurar el color en un diario argentino. También la empresa compró las Nikon con teleobjetivos y motores automáticos para secuenciar jugadas, como únicamente lo hacía El Gráfico, que por entonces era la revista más vendida.
     
    LA CORRUPCION DEL EAM 78 Y UNA MUERTE MISTERIOSA
     
    Lo lamentable. es que mientras la sociedad anestesiada por el éxito vivía la euforia de la denominada fiesta de todos, a diez cuadras de la cancha de River donde se jugó la final con Holanda, muchos argentinos soportaban los peores padecimientos. Fue en la sede de la ESMA, el más grande campo de concentración de la Argentina, donde se ejercitaban las peores torturas. Las habían trasmitido los militares franceses que habían actuado en la batalla de Argelia. Durante ese Mundial, la Junta Militar gastó 700 millones de dólares, una cifra bochornosa, diez veces superior a la prevista y envuelta de corrupción. 
    Para iniciar la corruptela, se creó el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78), que además les facilitaba a los militares el control absoluto del torneo. El primer presidente fue el general Omar Actis, del Ejército y enfrentado con Carlos Lacoste, un amigo íntimo del almirante Emilio Massera, jefe de la Armada e integrante de la Junta. Fue Lacoste quien finalmente terminó controlando el EAM 78 ante la misteriosa y nunca esclarecida muerte de Actis en 1976. Fue un hecho que se trató de atribuir oficialmente a la guerrilla, pero sobre el cual siempre sobrevoló la sospecha de la mano negra de Massera. Eso favoreció el gasto millonario en el que se incluyó la remodelación total del edificio de Argentina Televisora Color (ATC), con el declamado objetivo de garantizar la mejor calidad de transmisión, como también la culminación de las obras de los estadios de River, Vélez, Rosario Central, Córdoba, Mar del Plata y Mendoza. El cemento comenzaba a llenar las billeteras de los altos mandos.
    También en 1977 diversas agrupaciones de izquierda lanzaron un boicot contra la organización del evento. Estaba encabezado por los exiliados argentinos en Europa, que denunciaron la sistemática violación de los Derechos Humanos. Cuando Argentina jugaba en el exterior en la gira previa al mundial, se silenciaba el relato frente a los cánticos contrarios a los militares, así como se tapaban los carteles denunciando desparecidos en las tribunas. Se utilizaban publicidades que aparecían imprevistamente en las pantallas. 
    Los trascendidos señalaban que en la ESMA, Massera tenia a secuestrados realizando trabajo esclavo y recabando toda la información que venia del exterior. Como contrapartida, la junta militar adujo que las acciones de esos grupos eran parte de una "campaña anti-argentina" realizada “por el terrorismo”. 
    Hubo medios gráficos, canales televisivos y periodistas que jugaron un papel muy importante para lavar la cara de lo que realmente estaba pasando. Por orden de los militares lanzaron el slogan: "Los argentinos somos Derechos y Humanos" y se contrataron los servicios de la empresa norteamericana Burson-Marsteller y Asociados, especializada en el mejoramiento de la imagen de gobiernos. Era la mejor jugada para dar una "buena fachada" al país y al régimen militar.
     
    UNA DONACION A PERU QUE DISPARO LAS SOSPECHAS
     
    En lo que tiene que ver con el fútbol, entre los mitos siempre se habló de un escenario turbio tras la goleada del 6-0 a Perú en Rosario. Frente al triunfo de Brasil por 3-1 ante Polonia, nuestra selección necesitaba más de tres tantos de diferencia para avanzar a la final contra Holanda en el Monumental. Y en Rosario consiguió goles de sobra. Ninguno de los jugadores peruanos admitió sobornos, aunque quedaron picando los enigmas. Fue sugestivo, la intimidante aparición del general Videla en el vestuario, antes y después del partido. Hubo otro dato también extraño: 15 días después de aquel partido, el gobierno le otorgó a Perú una donación no reembolsable. Nunca sabremos la verdad.
    Pero medio de ese fárrago de rumores contaminantes,  lo cierto es que Argentina tenía un seleccionado capaz de salir campeón. Quedó demostrado con el paso del tiempo, ya que figuras relevantes como Kempes, Bertoni, Fillol y Passarella, dieron cátedra y luego brillaron en todo el mundo. 
    Aquel domingo a la tarde del 15 de julio de 1978 y a pleno sol, la final entre Argentina y Holanda se definió por alargue. En la redacción cortamos clavos y no nos quedaron uñas. Los dos goles de Mario Kempes fueron determinantes. El cordobés fue un jugador imparable que se lució con todo su esplendor. Parecía un caballero mediaval empuñando la lanza, con la elegancia de su pelambre al viento y cabalgando sobre el césped nevado de papelitos.Kempes fue el mejor jugador de la Copa y también el goleador. 
     
    JUGAMOS TODOS: LA FINAL DE ELLOS Y LA DE NOSOTROS
     
    A la hora de recibir los trofeos, los jugadores holandeses se negaron a saludar a los jefes de la dictadura argentina. Ese día editamos la tapa de Diario Popular, tamaño tabloide, utilizando también la contratapa, a la manera de un diario sábana. Desplegamos una volanta a 6 columnas que decía: ¡Lo gritamos en todo los idiomas!. Y después acompañaba la palabra campeón en inglés, francés e italiano. El título principal cuerpo catástrofe fue: ¡Argentina campeón!. Y la foto más destacada fue el abrazo a Kempes, en medio de un enjambre de jugadores. El sueño se había hecho realidad y a todos nos explotaron los ojos de lágrimas. Más que abrazos, nos dimos topetazos.
    En los kioscos se vendieron más de 270 mil ejemplares, récord en la historia de Diario Popular.De ello puede dar fe nuestro distribuidor, Mario Sanabria, un hombre que pechó la vida desde un conventillo de La Boca.
     La primera plana del "Popu" fue a todo color, mientras el resto de los diarios se editaron en blanco y negro. Le pedí a los muchachos de la sección fotomecánica que me hicieran una copia de la chapa de la primera plana y me la llevé a casa. La hice enmarcar y la colgué sobre una de las paredes de mi escritorio, donde aún la observo para recuperar los momentos de alegría de mi vida periodística, junto a muchos queridos colegas que ya no están. La abrazo con la mirada y en mis fantasías, recorriendo ese laberinto del pasado, aún resuena en mis oídos el relato del gordo José María Muñoz. Ese grito que se quebraba hasta agotar la voz la voz y que repetía una y otra vez: ¡Argentina Campeón!. Las calles se tiñeron de celeste y blanco. Y con los niveles de venta alcanzados, Diario Popular sacó chapa de guapo para jugar en las grandes ligas del periodismo. Todavía recuerdo a talentosos fotógrafos, como Horacio Villalobos, Miguel Angel Cuarterolo, Jorge Durán y Salvador "Chochó" Santoro. Tambien guardo un lugar de reconocimiento para la tarea abnegada de Beto Romano y Julián Aguiar. Fueron nuestros motoristas de fierro. Los hombres que traían a La Plata los rollos desde la capital en tiempo récord, jugandose la vida sobre el asfalto para llegar antes del cierre.
    Después de esa fiesta de todos, tuvimos que ponernos los pantalones largos y mudarnos con el diario a un edificio en Avellaneda. Era un lugar estratégico a pasos de la capital y el Gran Buenos Aires, que facilitaba llegar con rapidez a las coberturas. Allí obtuvimos el premio mayor: ser reconocidos por el Instituto Verificador de Circulaciones (IVC), como el tercer medio gráfico más importante en ventas de la Argentina. Los que tuvimos la suerte de participar de aquella epopeya donde no había internet, ni celulares y todo era a pulmón, creo que humildemente colocamos un mojón. Fuimos una suerte de gladiadores y un  faro para los colegas que llegaron después. A ellos, les trasmitimos el mismo fervor de defender con el alma la camiseta del diario, como hicieron nuestros maestros. Afortunadamente, en aquel edificio de la calle Beguiristain y Estrada, donde quedaron deambulando por los pasillos nuestras últimas historias, la leyenda aún continúa con otros jugadores que son del mismo palo.
    De aquel Mundial, recojo la felicidad de haber paladeado la gloria de un equipo argentino que se subía por primera vez al podio de los más grandes del mundo. Pero también me quedó el sabor amargo que detrás de esa cortina de papelitos que caían de las tribunas, se escondía una Argentina ensangrentada por el puño implacable de la dictadura militar más feroz que se recuerde. 
     
     
    *Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP y analista político. Su correo electrónico es [email protected]. Si querés consultar su blogs, podés dirigirte al sitio: Jorge Joury De Tapas.
     
 
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