jueves 25 de abril de 2024 - Edición Nº3865
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La columna quilombera

El camino de la falopa en la ciudad

Por Matías Crowder.- (Periodista, escritor y platense suelto en Catalunya).- El camino de la falopa en la ciudad de La Plata tiene un rastro tan claro que incluso el menos despierto puede dar con él con total facilidad”... “Casi se podría decir que no es un camino, sino una escalera mecánica hacia los infiernos más oscuros de la delincuencia, la corrupción y la dependencia”.


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Sucedió en los noventa. Me subí al coche que no debía, de madrugada, al salir de una discoteca platense. Era el coche de unos conocidos que estaban, como se decía en aquel entonces, “muy duros”. Habían estado peinando la ciudad en busca de un dealer que no encontraban por ninguna parte. Así piensa el cocaínomano: buscar el dealer hasta dar con él, así sea debajo de la tierra. 

Ya en el coche, desesperados, decidieron ir a la villa “a pegar”. Ellos no habían ido nunca, yo tampoco, pero todo el mundo sabía donde. Hasta mi madre lo sabía. Solo que pocos se animaban a llegar hasta allí, por miedo a que les roben o tiroteen. Preferían no arriesgar la vida y comprarle a algún dealer del centro, por más “cortada” que estuviera, que por aquella época escampaban por los bares y discotecas de La Plata a sus anchas. La cocaína estaba de moda. 

Pese a que había varias villas en la periferia de La Plata, solo una se ganaba el nombre de “la villa” : los monoblokc detrás de Avenida 32, cuando el Estadio Único aún no existía. El supermercado de la droga en cuestión era una casilla de chapa y un patio de tierra. La puerta tenía una mirilla por donde se realizaba el intercambio. Si hubiera sido de día, seguramente hubiéramos visto niños descalzos jugando. Pero era de madrugada. Solo había unos perros que nos ladraban.  

Apenas dos calles de allí, un patrullero nos detuvo. Se trataba de dos policías de la bonaerense que estaban tan “duros” como mis conocidos. Uno de ellos, apuntándonos con su 9 milímetros reglamentaria, nos obligó a entregarles todo lo que tuviéramos, o sino íbamos a ir todos al calabozo por tráfico. Una vez que recibieron el alijo, solo habían comprado un miserable gramo, más veinte pesos de entonces, nos dejaron ir. Dos semanas más tarde, los mismos policías ocupaban la portada de un periódico local. Habían sido protagonistas de un parto en un coche y figuraban como “héroes de la ciudad”. Guardo el periódico desde entonces. 

No quiero decir que toda la policía bonaerense sea tan corrupta como éstos dos personajes. Éstos dos si que lo eran. Dos personajes. Corruptos que lo mismo te roban o te pegan un tiro y que se apostaban allí, a sabiendas de donde se vendía droga, no para desmantelar la casilla, o apresarlos a todos y levantar una denuncia. Sino para atrapar a los perejiles como nosotros y robarnos.

 

Desde aquel tiempo remoto, el camino de la falopa en la ciudad de La Plata tiene un rastro tan claro que incluso el menos despierto puede dar con él con total facilidad. Hasta tu madre puede dar con ellas. La drogas son otras, los personajes los mismos. En vez de una casilla en la villa puede ser un delivery con moto y whatsapp, ya no hace falta arriesgarse a tanto. Siempre bajo la protección de la misma cúpula. Casi se podría decir que no es un camino, sino una escalera mecánica hacia los infiernos más oscuros de la delincuencia, la corrupción y la dependencia.

 

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