viernes 26 de abril de 2024 - Edición Nº3866
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El día que Menotti lo hizo llorar

*Por Jorge Joury.- No se merecía morir solo en una cama. No es la foto que queremos para el profeta de las emociones, venerado hasta en el último rincón del planeta.


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Por:
Jorge Joury
 
 
No se merecía morir solo en una cama. No es la foto que queremos para el profeta de las emociones, venerado hasta en el último rincón del planeta. Diego Maradona, ahora se dio el lujo de trepar hasra cielo como el  barrillete cósmico que describió Víctor Hugo Morales en el Mundial de México. Precisamente aquel día, cuando humilló  a medio equipo inglés con su gambeta endiablada y luego coronó la historia con la mano de Dios. Diego representa el bronce  y merece ser velado en la Casa Rosada, porque le puso a Dios la celeste y blanca. Un prócer del fútbol, que le dio al país la categoría más alta en el nivel de conocimiento en el planeta. Ir al lugar más recóndito y decir argentino, obtenía como respuesta de manera contundente: ¡Argentino, Maradona!. Eso era Diego.
Una de las reflexiones más geniales que he leído sobre El 10, pertenece al escritor uruguayo Eduardo Galeano. Ambos compartían una admiración mutua que no temían manifestar, hecho que se puede comprobar en diferentes declaraciones públicas y en las múltiples referencias al astro argentino que el escritor uruguayo plasmó en sus obras. 
En su libro Cerrado por Fútbol (2017),  Galeano describe al "10" como “el más humano de los dioses”.
“Maradona se convirtió en una suerte de Dios sucio, el más humano de los dioses. Eso quizás explica la veneración universal que él conquistó, más que ningún otro jugador. Un Dios sucio que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón, irresponsable, mentiroso, fanfarrón”, decía Galeano.
En ese mismo fragmento, Galeano hacía referencia al precio de la fama y el éxito que debió soportar Diego, por ser el mejor de la historia del fútbol: “Pero los dioses no se jubilan, por muy humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero”, agregó Galeano.
“La exitoína es una droga muchísimo más devastadora que la cocaína, aunque no la delatan los análisis de sangre ni de orina”, concluyó el escritor.
Diego siempre eligió caminar por la cornisa. Se creía inmortal. Tenìa 200 vidas, pero últimamente había gastado 199. El cuerpo le amagaba con la roja . Le anunciaba que quedaba poco resto para más desarreglos. Había que pedir la hora para ir al descanso. Me niego a despedirlo porque los dioses son eternos. Por eso hoy quiero recordar una anécdota que nunca conté, con la que me topé en vísperas del Mundial 78. Fue cuando conocí a Osvaldo Ardizzone, poeta y periodista. Una especie en extinción, que dejó una marca a fuego en miles de lectores de su columna "El Hombre Común", editada por la revista deportiva Goles Match. Había trabajado también durante gran parte de su vida en El Gráfico. 
Aquel atardecer de un sábado, Don Osvaldo se me apareció en la redacción de Diario Popular con la idea de sumarse a nuestro plantel. Días antes habíamos incorporado a Luis Sciutto, conocido como por el seudónimo de Diego Lucero, el hombre que había presenciado todos los mundiales. Ardizzone me sorprendió, venía de entrevistar ese día a Maradona y me confesó su experiencia personal. Diego era apenas un pibe y César Luis Menotti el DT de la Selección lo había dejado afuera, a pesar de su talento. Lo consideraba "tierno" aún. Al maestro Ardizzone casi le temblaba la pera por la emoción, cuando me reveló que en ese paisaje de pobreza que era Villa Fiorito, se había encontrado con alguien al que le habían matado el sueño del pibe. Diego lloraba desconsoladamente y don Osvaldo solo atinó a ponerle la mano sobre el hombro y decirle: ¡Otra vez será, pibe, otra vez será!. A los pocos días, esa imagen que un fotógrafo tomó impactado por su contenido emotivo, fue la tapa de la revista Goles.
Con el paso del tiempo, la vida le dio a Diego, ese carasucia de Fiorito, su gran revancha. Paradójicamente, Carlos Bilardo, el "enemigo" de Menotti en su manera de concebir el fútbol, le entregó el pasaje a la gloria en el Mundial de México. Empezaba a nacer quien iba a convertirse en el más grande de todos los tiempos en las canchas.También corresponde darle la derecha a Ardizzone, al que algunos llamaron el Discópolo de los años 80. Don Osvaldo había leído el futuro de aquel pibe de Fiorito y se dio  el lujo de escribir y dejar para la posteridad uno de sus últimos aguafuertes. Gracias maestro. 
 
 
 *Jorge Joury es licenciado en Ciencias de la Información, graduado en la UNLP y analista político. Para consultar su blogs, dirigirse al sitio: Jorge Joury De Tapa
 
 
 
 
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