sábado 27 de abril de 2024 - Edición Nº3867
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Opinión y Reflexión: Globalización y Bienestar

Por Carlos Leyba, Economista. Subsecretario de Coordinacion y Planificación Economica (1973-1974).


 
En los últimos tiempos han generado opciones fuertes. La más profunda es la que plantea la relación entre la Globalización y el acceso al Estado de Bienestar (pleno empleo y distribución progresiva del ingreso). Una opción, la dominante, es que la Globalización debe preceder al Bienestar. Es una decisión política (adaptativa) que está dispuesta a pagar los precios destructivos de la Globalización porque espera que, finalmente y sin fecha, sea la Globalización plena la que produzca el Bienestar en el seno de cada Nación. Es el paradigma del mundo plano en el que todos viviríamos igual (y mejor). Hasta aquí los hechos no demuestran que eso haya ocurrido en los devotos de esta opción. Otra decisión política (desvinculante) sería la de enfrentar a la Globalización para garantizar el Bienestar. El aislamiento, en este pensar, es la única manera de la existencia. Los ejemplos de esa relación desvinculada tampoco avalan ese camino. La tercera opción es priorizar el Estado de Bienestar y someter la Globalización a esas condiciones previas sin negarla en su totalidad. Esa es la estrategia de la desvinculación selectiva que incluye el activismo pro inversión del Estado y la meta central del pleno empleo a la que han de subordinarse las demás variables.
Este tercer camino, en la práctica y más allá de la retórica, es la que sostienen los países que han conservado la parte substantiva del Estado de Bienestar de posguerra.
El primer camino, la apertura dominante, es – por ejemplo – el que llevó a Estados Unidos a tener el balance comercial negativo feroz con China.
El segundo es el de los países que ni siquiera pudieron construir un Estado de Bienestar.
La presencia de Mauricio Macri en el G20 ha meneado esta cuestión y eso nos obliga a discurrir sobre el tema. Veamos.
Después de la cadena de imponentes reacciones ocurridas en los países de desarrollo económico maduro, nadie puede ignorar la importancia de los perdedores “urbi et orbi, en número y ubicación respecto del futuro, que ha producido esta etapa del proceso de globalización.
La trifulca con la que fue recibida en Alemania la reunión del G20 es un hecho en sí menor, pero que representa la continuidad irracional de una legítima preocupación.
No olvidar que la presencia y reacción de los insensatos es la consecuencia de la ausencia e inactividad de los “sensatos”.
En otras palabras nadie puede, después del Brexit y del triunfo de Donald Trump o luego de las manifestaciones de los indignados en Europa Continental y de la enorme cantidad de votos colectados por los partidos “anti globalización” desentenderse del sufrimiento contemporáneo, en términos de inequidad cuando no pobreza, del presente modo de globalización. Los daños están allí.
Y allí también están los ganadores del proceso que no son pocos y que además disponen, entre ellos, de la gigantesca concentración económica en manos de las corporaciones multinacionales.
Son los corporaciones multinacionales, ese animal relativamente nuevo y ciertamente predador del equilibrio social, las principales fuerzas motoras de la globalización.
Tienen en su poder la materialidad del proceso, la externalización de las cadenas de valor; y la ideología de los organismos internacionales; y también del apoyo condicionado de los centros de investigación y de los medios de comunicación, los que le rinden sus frutos en el paradigma de la opinión pública.
De todos modos no hay minorías irrelevantes en este estadio de la cuestión. Es decir ese carácter parejo de fuerzas contradictorias hace mas difícil la resolución del debate o la edificación de un consenso amplio acerca del modo en que se ha de organizar el comercio mundial.
La parálisis de la OMC también es una consecuencia del desacuerdo.
Tal como esta ocurriendo actualmente este proceso de liberalización del comercio, que es el aspecto de la globalización más controvertido, está a años luz de conformar un progreso colectivo en términos de bienestar y menos aún un “óptimo de Pareto” a nivel mundial.
Los reputados beneficios en disminución de la pobreza, por ejemplo, en China tienen como contrapartida – más allá de causalidades o conexidad – un crecimiento en la pobreza y en la inequidad en casi todo Occidente incluidos por cierto nuestros países latinoamericanos y los argentinos en particular.
El mayor progreso económico y social global se produjo, a la salida de la Segunda Guerra Mundial, por la emergencia del Estado Social o Estado de Bienestar cuyos objetivos fueron el pleno empleo y la distribución progresiva del ingreso.
En los países en vías de desarrollo, además, ese proceso de progreso incluyó la transformación de la estructura productiva merced al proceso de industrialización destinado a substituir importaciones.
La estanflación, que corrió como un fantasma por Occidente, fue la justificación de la aplicación – no en todos los países – de una deliberada transformación del Estado de Bienestar en uno que giró al Estado de Malestar. Y en los países que aún no habían completado el proceso de integración productiva tornó en el proceso de desindustrialización.
Al amparo de esa retirada de la idea central de la procura del Bienestar por parte de las políticas públicas, creció la idea del comercio libre, del desarrollo de las multinacionales, como la nueva fuente del progreso colectivo.
El progreso colectivo no ocurrió y sin embargo y a pesar de las evidencias, los poderosos partidarios de la liberalización extrema, dominan la escena en la mayor parte del planeta.
Todos sabemos que la creciente liberalización comercial mundial genera, esencialmente, una regresión distributiva del ingreso – a nivel nacional e internacional – y siembra conflictividad social.
En aval nos enseña la teoría del comercio que pueden crecer los países al amparo de la liberalización, pero nada nos dice acerca de cómo se distribuye ese crecimiento si es que el existe. Pero lo que sí nos enseñan la práctica y la experiencia reciente es que ese crecimiento – si existe – viene asociado a concentración económica y a la pérdida del nivel de vida de los que ya estaban en el tercio más castigado de la sociedad.
Cualquier apuesta a más libre comercio requiere, inevitablemente, de una acción notable destinada a compensar a los que perderán.
Perdedores que bien pueden ser la mayoría de una región o de toda la sociedad. En nuestro caso si la industria tuvo su emplazamiento en el conurbano basta para observar allí el drama nacional de la pobreza que rodea a las ciudades ricas del país. Esas son las consecuencias del proceso de desindustrialización y de la debilidad de las compensaciones realizadas y de la inviabilidad de las compensaciones necesarias para reestablecer el equilibrio social que la apuesta al libre comercio sin más genera.
El presidente Mauricio Macri y su elenco han apostado y han puesto en marcha una aceleración de la liberalización comercial, por ejemplo el Tratado de Libre Comercio MERCOSUR UE, y al mismo tiempo piensan en un desmontaje de los restos del Estado de Bienestar cuyo eje es el pleno empleo.
Si no fuera por las transitorias reacciones de amortiguación, que son las respuestas a las presiones varias, el gobierno PRO estaría identificado plenamente con la doble estrategia suicida de dólar bajo y apertura económica generosa.
Las dos experiencias previas de esa concepción (JA Martínez de Hoz y Carlos Menem) fueron desastrosas y terminaron en catástrofe ya que la medicina que encontraron para apagar el incendio fue la deuda externa. Y en ambos casos fue ella, la deuda y la manera de calmar el mal, la causa del derrumbe.
Mientras Macri viajó a Alemania para el G20 el microcentro se repobló de arbolitos. Tienen la función de oxigenar el micro mercado negro del dólar. Cambio, cambio, vocean al amparo de la suba repentina del verde inoxidable.
En la misma geografía, en los salones oficiales y en los despachos de consultores adheridos, se auscultan – en el bosque de la realidad – algunos brotes verdes. Que los hay. Pero oxidables por las condiciones de sombra.
Entre arbolitos reales y brotes verdes, la mayor parte de las veces imaginarios, la realidad económica cotidiana está dominada por la inflación. Es lo que dicen las encuestas. O las respuestas que dependen de la pregunta.
Según ellas la inflación encabeza las preocupaciones de los ciudadanos. También del Presidente que es un cultor de las encuestas.
Mauricio Macri no parece compartir que, en política, el orden de los factores altera el producto. Por eso, a pesar de reiteradas marcha atrás, procura conducir con los caballos detrás del carro. No piensa ni practica la política como visión y pedagogía, sino como adaptación a la “opinión medida” y desde esa base movediza parte su gestión.
El confirma que, en la era del marketing político, la conducción la tienen las encuestas. Y como lo más importante en ellas son las preguntas quienes las formulan, en general, reciben las respuestas deseadas. Me explico.
Todos sabemos que la inflación es un problema cotidiano pero es, esencialmente, la manifestación de una enfermedad profunda. La política debe definir la administración de los remedios sin ignorar que hay remedios que enferman. Iatrogenia.
¿Se le informa a la opinión pública de las consecuencias más probables de los remedios que se administran? No.
Se ofrece un resultado ocultando lo que está detrás del telón y debajo, en el foso. El más “exitoso” de los remedios para bajar la inflación fue tan, pero tan, gravoso que aún estamos viviendo sus consecuencias siniestras. La convertibilidad, que de eso hablamos, fue exitosa en abatir la inflación (bien que transitoriamente) pero a cambio sembró estructuralmente la pobreza, el desempleo, la destrucción del aparato productivo, el fin del sistema ferroviario, la consagración del endeudamiento externo y la mutilación y perversión del Estado, y “tutti orquestal
, instaló la cultura de la corrupción (público -privada) a niveles superiores (“Robo para la Corona”).Basta hacer la lista de los funcionarios del menemismo para encontrar las raíces del kirchnerismo. La primera y fundamental sospecha sobre los K viene de los tiempos de Carlos Menem. Vale la pena no olvidarlo.
La sociedad, sin duda, reclama la lucha contra la inflación. Pero quien gobierna debe ser consciente de los remedios que administra. Se puede adelgazar tomando anfetaminas pero, lo más probable en ese caso, es que la lucha contra la grasa excedente termine en un grado notable de estupidez. De paso recordemos que muchos dicen que, en esta gestión, no se admiten ministros gordos. ¿Será necesario un uso excesivo de anfetaminas para ser ministro?
Veamos como nos va. Los datos no son favorables. La inflación de julio no viene bien, prepagas, expensas,etc.
La Encuesta de Expectativas de Inflación de la Universidad Di Tella (junio) nos informa que la inflación esperada para los próximos 12 meses es 27,3 por ciento muy arriba de las estimaciones del gobierno.
Los precios, en principio, son inflexibles a la baja y por lo tanto cuando un precio sube los promedios de precios también lo hacen.
Esta gestión entiende que hay distorsión de precios relativos (tarifas o subsidios) y toda suba conlleva un primer impacto al alza sobre el promedio de los precios.
Es lo que sucede, por ejemplo, con los aumentos de los combustibles. Si nada baja para compensarlo, el promedio de los precios sube.
Pero además, dependiendo del lugar que esos precios ocupen en la Matriz de Insumo Producto de la realidad, hay iteraciones sucesivas que empujan los precios de otros bienes y servicios. Todo se mueve y si nada compensa para abajo, el promedio sube: ese es un impacto inflacionario.
Llegados a este punto ¿hay coordinación en los responsables del área económica? Mientras el BCRA aprieta desde arriba, el ministro de energía – presionado por el lobby petrolero – aprieta desde abajo. Lobby porque el ministro dijo públicamente que él no sabe cuánto es el costo de producir, por ejemplo, gas.
Pero, además de la política y sus razones nobles o espurias, está el mercado.
Por ejemplo cuando “el mercado” percibe que el dólar está “barato”, el que tiene pesos compra y el que tiene mercadería en dólares, no vende. Y si el gobierno no actúa, el dólar sube y si sube – como tiene alma de ancla – la nave de los precios despega y se mueve al compás del oleaje.
Con la suba del dólar los precios suben porque el verde transita todas las columnas y filas de la Matriz IO.
La previsión inflacionaria de las autoridades y de los consultores no ha considerado el impacto inflacionario de las decisiones contradictorias y no ha previsto las reacciones del mercado.
Es cierto que la tasa de inflación respecto de 2016 ha bajado. Pero no al ritmo que el gobierno aspira o al que dice que ocurre. El promedio de las expectativas de junio para 12 meses está en 27, 3 por ciento y nadie imagina que 2017 concluya en menos de 20.
La tasa de interés que marca el Banco Central para aplacar la inflación, hasta ahora, no ha tenido un éxito proporcional a la carga impuesta a la realidad económica.
Carga que se refleja en la caída abrupta del Índice de Confianza del Consumidor (menos 8,3 en junio) lo que coloca al “estado de la confianza del consumidor” por debajo del promedio de la serie histórica. El nivel de junio (42) estuvo por debajo del promedio de la serie (47) y lejísimos del máximo de 61.
El Índice mide la situación personal y las expectativas de consumo de bienes durables. En junio ambas en baja y por debajo del promedio de la serie. También mide la confianza en la economía en general. Este subítem está en el promedio de la serie histórica. La sociedad aparenta más confianza en el futuro que satisfacción con el presente. Pero esa confianza no está vinculada al gobierno y su gestión.
En junio el Índice de Confianza en el Gobierno (UDT) tuvo el valor más bajo de la gestión Macri . Con la Confianza en baja la mejora de la macro, que sugiere la medición del ICG, parece consecuencia de la imperiosa necesidad de que eso ocurra.
¿Ocurrirá? Nada lo indica. La economía se arrastra. No es un escenario de recuperación. El consumo débil. Aunque es razonable esperar un transitorio impacto positivo post aguinaldo y cierre de convenios. La inversión no despierta. Aunque es evidente que la obra pública empuja lo que puede, que no es mucho. La construcción privada no adelanta. Las exportaciones no imprimen velocidad. El empleo no se mueve.
Cualquiera sea la visión de futuro, optimista o pesimista, la economía está en estanflación. Una enfermedad compleja para la cuál la política económica sola no tiene fuerza sistémica de reparación: puede bajar la inflación pero a costa de aplastar la actividad; puede acelerar el crecimiento a costa de impulsar la suba de los precios.
En este escenario la única receta posible es la de la política conduciendo a la economía. Y es la única decisión que este gobierno ( y los que le precedieron) no ha tomado y no parece en capacidad de tomar.
Lo que es imprescindible es formular un programa de consenso para salir de esta coyuntura entramada.
Al gobierno no le alcanzan los votos, ni las ideas y necesita sumar ideas y votos para encontrarle una salida a la coyuntura.
Ese programa, de agenda abierta, debe surgir del propio gobierno para convocar a la oposición y a las fuerzas sociales que puedan sumarle densidad. Solo la mezquindad o la mirada corta puede impedirlo.
No es bueno postergarlo. Un clima de enfrentamiento como el que nos espera en este intervalo preelectoral, hasta ahora promovido por el gobierno y por el kirchnerismo comandado por Cristina, nos aleja de la posibilidad de satisfacer esa necesidad aún después de las elecciones.
Cada día que pasa sin abrir la agenda para el diálogo y el consenso, se hace más difícil la solución de coyuntura y más lejano el programa imprescindible para el largo plazo.
Los arbolitos ensombrecen los brotes verdes (si los hay) y ese clima denuncia profundos desequilibrios que no pueden esperar un horizonte infinito de solución.
Como hemos dicho el gobierno, en subsidio, apuesta a volutas de humo como, por ejemplo, el Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea. Conjuga el verbo poético del comercio libre en un tiempo en el que, como mínimo, esa mirada ha quedado en suspenso en el planeta con la sola excepción de las naciones que no han sido rozadas por el Estado de Bienestar, como China, o por aquellas que para mantener el Estado de Bienestar necesitan mercados capaces de consumir su industria, como la UE. No está mal para ellos.
Nosotros necesitamos una relación con el mundo que nos permita retornar a las condiciones de vida que alguna vez tuvimos y eso nos exige un plan, una visión, un consenso, en el que logremos, por ejemplo, un tipo de cambio capaz de garantizar el pleno empleo y un sistema financiero capaz de generar el financiamiento de la inversión y no el expulsor a la fuga de nuestro ahorro.
La globalización y sus derivados no pueden aceptarse como los instrumentos de aniquilación del Estado de Bienestar.
Cualquier consenso sobre el manejo de la globalización va a requerir la garantía de la restitución plena, como Norte, del Estado de Bienestar.
El gobierno, por ahora, rechaza el consenso porque apuesta a que la globalización produzca per se el bienestar colectivo.
Una nueva apuesta con pronóstico reservado. Apuestas fueron la lluvia de inversiones, el próximo semestre, y otros relatos hacia delante que se propusieron sustituir el trabajo de pensar un programa capaz de generar consenso.
El arte de la política es pensar consensos y no la siembra de arbolitos o el encuentro imaginario de brotes verdes. El discurso del comercio libre sin desvinculaciones proactivas es el mejor clima para la siembra de arbolitos y para el exterminio de los brotes verdes capaces de alimentar a un país.
 

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